L’Etern retorn, un astro luminoso en un cielo literario

etern-retornHay libros que una empieza y no puede terminar. Son demasiado duros, demasiado densos o demasiado insípidos. Hay libros magníficamente construidos en los que, detrás de los fuegos artificiales técnicos, no queda nada. Y hay libros como el de Asmaa Aouattah, que cuentan historias de las que no nos podemos despegar hasta que giramos la última página.

El eterno retorno es cíclico por definición. Siempre volvemos a la infancia, al hogar, al origen. Incluso la muerte es una muerte aparente. En las piedras, en la naturaleza, en las casas en las que hemos vivido hay presencia, memoria, baraka.

No se trata de testimonios antropológicos sobre la inmigración; no es la plasmación de los elementos característicos de una cultura lejana que nos permite viajar en el espacio y el tiempo, a modo de entretenimiento exótico, sino que es literatura. Al sumergirnos en la lectura profunda del libro llegamos a ese centro vital que nos une a todos los seres humanos, que hace que nos emocionemos con sus personajes. No nos hablan sobre su dolor, su nostalgia y su amor sino que los sentimos porque son nuestros. Somos lo que siente una madre desarraigada, una mujer maltratada, una niña libre, un pueblo que resiste.

L’Etern retorn es como el té marroquí. Los ingredientes narrados con maestría mezclan historias que van dándole distintos sabores.  Los cinco sentidos se activan línea tras línea: bebemos sorbos de dignidad, olemos y saboreamos complicidades entre madres e hijas, acariciamos historias narradas desde el origen de los tiempos, tocamos nuestros propios cuerpos doloridos.

Las metáforas gastronómicas que recorren el libro y la activación de los sentidos no son meros entretenimientos literarios. El sabor de una fruta, las risas de los niños jugando en las calles, las canciones que mecieron nuestra infancia, tienen una intensidad especial en las personas que emigran. Pero más allá de una lectura estereotipada sobre el recuerdo del emigrante; la música, la gastronomía y los rituales son un espacio-tiempo de confrontación entre el poder y la corporeidad: el vómito de un pueblo que tiene que expulsar de sus cuerpos el veneno de la dictadura y el miedo; la niña que se muere de hambre cuyo principal alimento es la amistad y la rebeldía; la sequía y el desarrollismo que arrasan cuerpos y formas de vida autóctonas…

Y en ese ir y venir de los recuerdos, aparece nuestra propia vida. Los secretos de familia guardados debajo de la losa del pudor, de la dignidad perdida. Las hambrunas de nuestros mayores en las guerras. La dictadura. La emigración. La resistencia de las mujeres. La islamofobia. El humor negro. La asimilación como herramienta de olvido. Y la memoria. La memoria de nuestros muertos y de los vivos. Un camino comunitario y ancestral que nos lleva inexorablemente a un eterno retorno.