«Ser proderechos no obliga a nadie a llevar hiyab»

El colectivo feminista «Las Hijabeuses» en la marcha contra la violencia de género en París (19/11/2022). Imagen: Alliance Citoyenne

En Francia, la primera polémica sobre el hiyab surgió en 1989 con los “velos de Creil” cuando un colegio de Creil expulsó a tres alumnas. Ese caso dio pie a debates interminables en los medios de comunicación sobre el concepto de laicidad, la compatibilidad del islam con la República, la pertenencia religiosa y cultural, que desembocaron en unas medidas cada vez más intolerantes. Se pasó del “caso a caso” a la distinción entre “los signos discretos” y “los signos ostensibles”.

En 2003, la comisión Stasi, creada por Jacques Chirac, llevó a cabo un estudio en el que no tuvo en cuenta a las mujeres musulmanas. Los “especialistas” y políticos decidían sobre sus cuerpos sin ellas. Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

Finalmente, en 2004 se aprobó la ley que prohibió “el uso de signos religiosos ostensibles en las escuelas, colegios e institutos públicos”. Además, al incluir en la ley el criterio de la intención de los alumnos, vemos claramente el riesgo de una extensión interminable de la lista de posibles signos de filiación religiosa, como pasa actualmente con las polémicas sobre el uso de faldas o vestidos anchos.

Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

En 2011, se aprobó la ley contra el “velo integral” que provocó otra oleada de debates sobre una cuestión residual en Francia, que ya contaba con un marco legal para los casos puntuales de identificación en los espacios públicos sin necesidad de aprobar una ley que estigmatizara a los musulmanes.  

Estas leyes prohibicionistas han tenido un impacto muy negativo para las mujeres musulmanas (no solo las alumnas) y, por extensión, para todo el colectivo musulmán: islamofobia en el ámbito laboral, rechazo de que las madres acompañen al alumnado en las actividades escolares, prohibición de que las mujeres se bañen con trajes de neopreno en las piscinas municipales, expulsión y acoso en las universidades, presión para retirar el hiyab en los ayuntamientos, etc. La administración hace la vista gorda sobre los abusos, lo que provoca que se acaben normalizando. La situación ha ido empeorando hasta la culminación de la ley más islamófoba de Europa, la ley contra “el separatismo religioso”, en la que la relación causa-efecto aparece invertida. Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

¿Qué dijeron sobre todo esto las feministas? El feminismo iustrado, universalista apoyó la ley y adoptó una lectura esencialista del hiyab: “en toda circunstancia, en todo lugar y todo momento, el hiyab oprime porque es un símbolo del patriarcado”. El feminismo inclusivo guardó un silencio incómodo, en general, menos la histórica Christine Delphy, feminista atea y materialista. Su peso como referente histórico (fue cofundadora de la revista “Nouvelles Questions Féministes” junto a Simone de Beauvoir) no fue suficiente. El apoyo a la ley por parte del feminismo prohibicionista tuvo que ver, por una parte, con su propio vacío programático, que suplió con las polémicas del hiyab como excusa para renovar una lucha trasnochada y para seguir manteniendo el monopolio discursivo; y, por otro, con su mirada paternalista-racista de las mujeres musulmanas. Todo ello, lejos de mejorar las condiciones de vida de las mujeres musulmanas, las ha empeorado. Lo que no pueden aceptar las prohibicionistas es que aún teniendo todo el aparato legislativo de su parte, las instituciones, la financiación, la enseñanza, los medios de comunicación, no consiguen doblegar la voluntad de las mujeres musulmanas de seguir llevando hiyab como acto de resistencia.  

Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

Lo que está pasando actualmente en el Estado español, en torno al debate sobre el hiyab, tiene un aire de familia precomisión Stasi. Debemos tener en cuenta todas las cuestiones anteriores, no hacer lecturas esencialistas ni comprar los discursos neoliberales de “me lo pongo y me lo quito porque lo decido yo” y estar alerta sobre los peligros del femonacionalismo. En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber. No hay libertad sin justicia.

En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber.

Debemos huir de los debates teológicos y moralizantes y centrarnos en la exigencia de derechos. El hecho de defenderlos no significa que se obligue a nadie a llevar hiyab, sino que se trata de tener el control sobre nuestros cuerpos, en un entorno institucional y socialmente hostil. Y eso lo sabe (o debería saberlo) el feminismo inclusivo.  

“Me quito el velo” o la lógica neoliberal de los discursos del sufrimiento

La decisión de una rapera famosa respecto al velo invita a reflexionar sobre qué implican este tipo de confesiones públicas, tanto en los debates feministas como en los antirracistas

MS SAFFAA

“Esto no es un debate, solo es un comunicado […]. He decidido quitarme el velo”. Así empieza el último vídeo de la rapera e influencer Imane Raissali, conocida como Miss Raisa, que cuenta con cerca de 700.000 vistas en TikTok. Efectivamente, el hecho de que una mujer decida cubrirse o no, no debería ser motivo de debate. Sin embargo, más allá de la decisión personal, el análisis del discurso utilizado puede ayudarnos a reflexionar sobre lo que está en juego con este tipo de confesiones públicas, tanto en los debates feministas como en los antirracistas»…

Artículo completo en la web de El Salto

Del feminismo islámico a los discursos progresistas: transformaciones y límites en el contexto europeo

Hace cuatro años, escribí un artículo, “Por unos feminismos islámicos no hegemónicos”, en el que identificaba algunos de los principales aspectos problemáticos de este incipiente movimiento que, en Europa, empezó a emerger a principios de los años 2000, y culminó con la organización de diferentes congresos internacionales, pero que definitivamente no terminó de cuajar, en un contexto de auge de la extrema derecha y de racismo institucional, al no dar respuesta a las prioridades de las mujeres musulmanas.

Con el paso del tiempo, las posiciones de los musulmanes autodenominados “progresistas”, que abogan por un islam “español”, “democrático”, a favor de la “ciudadanía” y la “igualdad de género”, que podríamos incluir dentro del paraguas del “feminismo islámico”, son utilizadas para alimentar las tesis racistas, al presentarse como lo opuesto a una visión del islam como “retrógrado”, “foráneo”, “antidemocrático” y “patriarcal”. Es decir, alimentan un binarismo simplista que redunda en los principales estereotipos que se vehiculan contra las personas musulmanas. En un contexto europeo de control y vigilancia de los musulmanes, estos sectores “progresistas” aparecen como la coartada perfecta para llevar a cabo medidas racistas y represivas contra los colectivos musulmanes. Quieren influir en el culto musulmán, en nombre de su “protección” y “emancipación”, y demandan espacios privilegiados de interlocución. Por otro lado, estas prioridades convergen con las políticas de domesticación que ejerce el Estado sobre la población musulmana y neutralizan cualquier visión crítica e independiente, tanto sobre la gestión del islam como sobre la vulneración de los derechos civiles. Las voces “progresistas” son acomodaticias, no critican el sistema, no se enfrentan a los dispositivos racistas. De ahí que estén legitimadas por los medios de comunicación y los medios políticos dominantes.

Por otro lado, los musulmanes autodenominados “progresistas” no utilizan el apelativo “feminismo islámico”, ni en singular, ni en plural, ya que, actualmente, es un movimiento inexistente en el contexto europeo, a pesar de que algunas voces “autorizadas” islamófobas sí lo utilicen en los medios de comunicación para validar la fabricación de un enemigo interior. Los principales motivos de su desaparición en Europa o, para algunos, su transformación, son el hecho de que, en sus inicios, fue teorizado y liderado por hombres; por su incapacidad para mejorar la situación real de las mujeres musulmanas, al establecer debates excesivamente teóricos. También se debe a la invisibilización de la islamofobia como discriminación estructural y al hecho de no tener en cuenta la complejidad de factores que intervienen en las discriminaciones contra las mujeres musulmanas, más allá de una visión atomizada y simplista de una “mala” lectura de los textos religiosos.

¿Eso significa que los musulmanes no debemos llevar a cabo debates internos, que no nos atraviesan las discriminaciones de género y que toda práctica comunitaria debe ser aceptada sin ser autocríticos? Es evidente que no debemos dejar de serlo. Sin embargo, somos los musulmanes quienes debemos marcar las prioridades, las estrategias, los enfoques y la agenda sobre lo que nos concierne y no deben imponerse desde arriba. Debemos aspirar a ser un colectivo políticamente maduro, que luche por nuestros derechos fundamentales. Debemos respetar la diversidad interna y, a la vez, denunciar las estrategias de fragmentación (que enfrentan a los “buenos” y “malos” musulmanes), ya que obstaculizan nuestra organización colectiva. Solo con una conciencia fuerte de grupo, organizados políticamente, podremos tejer alianzas con otros colectivos discriminados para que nuestras exigencias de justicia y no discriminación se traduzcan en una mejora real de nuestras condiciones de vida.

Crítica al islam español

Pintada en la fachada del cementerio musulmán de Sevilla.

El debate sobre el islam “de España”, “español” o “en España” no es nuevo. La cuestión del calificativo, de la “esencia” del islam, de la compatibilidad o no con los valores occidentales (a saber qué quiere decir eso) es algo que se ha debatido también en otros países europeos, sobre todo en Francia y su islam “de las Luces”, un concepto que ha sido difundido por una serie de musulmanes muy mediáticos, aupados por los centros de poder. Algo similar está ocurriendo en España y el islam “español”. La reivindicación de un islam “genuinamente español” responde a dos planteamientos: por un lado, se trata de una reacción contra el revisionismo del pasado andalusí, identificado como una mera anécdota vergonzosa de la historia de la España cristiana, es decir, una reacción contra quienes afirman que el islam es una religión foránea y violenta. Este tipo de visiones sirven, principalmente, para alimentar los discursos islamófobos de la extrema derecha al extranjerizar el islam. Se trata de un planteamiento que nos retrotrae a la vieja polémica nacional entre Américo Castro y Sánchez Albornoz.

Por otro lado, como consecuencia de lo anterior, se aboga por un islam dentro de la onda de la España de las Tres Culturas que, por una serie de analogías simplistas, se convierte, en la actualidad, en un islam “democrático”, “occidental” y “genuinamente español”, que reivindica la recuperación de un pasado esplendoroso, en ocasiones, desde una postura apologética acrítica. El riesgo de este tipo de planteamientos es que se sitúan en la línea de las tesis culturalistas, que entroncan con las estrategias coloniales: hay un islam violento y antidemocrático que viene de fuera, mientras que el “gen” español lo convierte en democrático. Al contrario de lo que cabría esperar, la defensa de un islam “genuinamente español” no sirve para contrarrestar la islamofobia sino al contrario, alimenta las tesis racistas al establecer una clasificación entre buenos y malos musulmanes, entre los que tienen una cultura española (o se adscriben públicamente a la defensa de lo “español”) y los que tienen una cultura “islámica” extranjera, importadores del espantajo del islam político. A todos nos chirriaría la necesidad de abogar por un “catolicismo español”, un “budismo español” o un “judaísmo español”, por lo que debemos preguntarnos qué intereses hay detrás de la reivindicación un islam “genuinamente español” y a quién beneficia esta terminología política.     

Tal y como afirma la socióloga y escritora Kaoutar Harchi “la islamofobia es la violencia política estructural en la que la afiliación religiosa se racializa, esto es, aparece definida como un determinante absoluto. El hecho de creer o hacernos creer que el problema es teológico induce a la (auto)-humillación de los musulmanes que sienten que deben mostrar lealtad, entendida como la promesa de cambiar “en esencia””.

En ese sentido, la política de domesticación del islam y del refuerzo de las tesis culturalistas por parte del Estado se basará en dos herramientas: la Comisión Islámica de España (cuyo objetivo, en teoría, es que se cumplan los acuerdos de cooperación de 1992) y el uso de los “musulmanes españoles” como interlocutores ideales, a pesar de ser una minoría. Así, la mayoría de reivindicaciones y la principal labor exegética de los “musulmanes españoles” tendrán que ver con la necesidad de mostrar que el islam es “feminista”, “democrático”, “pacifista”, “ecologista” y que ya se ha independizado de las influencias de las diferentes embajadas. Lo que me interesa señalar no es el debate interno en sí, en el que yo misma he participado (si hay un islam feminista vs machista, democrático vs autoritario, pacifista vs belicista, ecologista vs degollador de animales ya que, presentado así, refuerza el binarismo simplista que alimenta el racismo y, por otro lado, como afirma Ziba Mir Hosseini, “la imposición de unas interpretaciones sobre otras no tiene que ver con la autenticidad sino con las fuerzas políticas que las defienden”) sino cómo desde el Estado se instrumentalizan estos debates para arrinconar a los musulmanes a la esfera religiosa y cómo establece los límites de nuestras reivindicaciones al reducirlas a debates teológicos abstractos. De esta forma, evitan que nos organicemos y nos unamos respecto a cuestiones políticas y sociales cruciales. Mientras los diferentes colectivos musulmanes estemos entretenidos en llevar a cabo esos debates teológicos e intentemos que se cumplan los acuerdos de cooperación a través de la Comisión Islámica de España, que es un simple órgano de control de los musulmanes, la lucha contra el racismo estructural, la ley de Extranjería, la reivindicación del cierre de los CIEs y la denuncia de las condiciones de explotación de las personas migrantes no provocarán muchas adhesiones. Y eso, tanto al Estado como a los partidos políticos, les viene perfecto.  

Voces musulmanas «autorizadas»: Vox y el uso político de la religión

I Encuentro Frontera Sur, Las Palmas de Gran Canaria, 5 y 6 de noviembre.

Poco a poco, los medios de comunicación y los partidos políticos van abriendo los espacios a voces “nativas”, “autorizadas”, “auténticas”. La organización y las reivindicaciones políticas de los colectivos a los que (supuestamente) representan tienen que ver con el acceso a esos espacios. Es necesario abrirlos. Es saludable acceder a visiones y posiciones diferentes, incluso opuestas, ya que enriquecen los debates. Sin embargo, no es menos cierto que algunas de las voces musulmanas más mediáticas poseen algo que a los medios de comunicación y a los partidos políticos les interesa: confirman sesgos y refuerzan sus intereses. Por lo tanto, es importante que nos preguntemos por qué partidos como Vox, por ejemplo, en el I Encuentro Frontera Sur celebrado el pasado mes de noviembre en Las Palmas de Gran Canaria “para abordar la amenaza de la inmigración ilegal”, ha echado mano de voces musulmanas “autorizadas”. Debemos preguntarnos sobre el lugar que ocupan estos discursos en el campo social y político. Es un error monumental pensar que la participación de musulmanes en eventos organizados por la extrema derecha tenga nada que ver con la libertad de expresión y la defensa de la pluralidad de visiones dentro del colectivo musulmán. Hay que denunciar enérgicamente el uso de esas voces críticas cuando sirven para defender posiciones islamófobas, más aún, teniendo en cuenta el contexto actual europeo de radicalización islamófoba.  

Xavier Romero-Vidal y Jakob Schwoere acaban de publicar un estudio sobre “Las dimensiones religiosas de la izquierda española: partidos y electorado”, en el que nos dan unas claves para entender lo que está en juego. La aparición de Vox en el tablero político puede provocar “un contagio de la retórica anti-islámica entre los partidos mayoritarios, como en otros países de Europa occidental”. Esta cita no trata de exonerar al resto de partidos, puesto que la islamofobia es estructural, sino que lo que muestran los datos del estudio es que la extrema derecha utiliza referencias religiosas como estrategia central de campaña y se presenta como defensora del cristianismo y de la civilización europea, frente a una supuesta amenaza musulmana externa e interna, materializada en forma de “avalanchas migratorias” y de “no-go zones” o guetos. El auge de la extrema derecha y la instrumentalización de la religión como componente ideológico tiene consecuencias para el conjunto de partidos, ya que acaba poniendo sobre la mesa unas temáticas y enfoques que pueden pasar de ser totalmente secundarios, a unas prioridades impuestas. El deslizamiento hacia su marco ideológico se hace cada vez más patente en cuestiones relacionadas con la seguridad nacional y el consiguiente control de las personas musulmanas, el tratamiento de la inmigración y el endurecimiento de la ley de Extranjería. En definitiva, se trata de la defensa de narrativas de exclusión y criminalización de las personas migrantes y/o musulmanas y de medidas represivas.

Por lo tanto, cuando algunas voces musulmanas “autorizadas” o percibidas como tal aceptan participar en debates con la extrema derecha, lo que están haciendo es darles argumentos a su discurso islamófobo, que los transforma en un refrendo de su denuncia de una invasión de hordas de musulmanes fanáticos de las que hay que defenderse. Todo ello se traduce en unas consecuencias nefastas para las personas migrantes y/o musulmanas.

Es lo que ha ocurrido con la conferencia sobre “El islam político y su implantación en Europa” del encuentro organizado por Vox, antes mencionado, en el que las voces musulmanas “auténticas” corroboraron punto por punto todas las tesis de la extrema derecha: la existencia de un enemigo interior (la formación de guetos, los centros religiosos como centros de control ideológico, el activismo antirracista musulmán), de un enemigo exterior (migrantes y refugiados) y la teoría del reemplazo. Y aportaron unas soluciones milagrosas: mayor control del Estado, la no concesión de la nacionalidad, el endurecimiento de la ley de Extranjería. Qué bien se lo han servido a la extrema derecha, ¿no?

La periodista Zineb el Rhazaoui, conocida en Francia por sus posiciones radicales islamófobas, afirma que “el islam aplicado es el islamismo. Y el islamismo aplicado es el terrorismo”. Con algunos matices, esta es la idea principal que transmiten esas voces “auténticas”, muy contentas de que “por fin” se las escuche. Es importante aclarar que no se trata de personas que cometen errores empíricos o interpretativos sino que participan en el mantenimiento de un sistema racista, ya sea de manera consciente o no, por acción u omisión. Hay que denunciar estos deslizamientos discursivos e ideológicos y la instrumentalización de estas voces, que representan los intereses partidistas de la extrema derecha.

Ley contra el racismo en Catalunya, ¿una buena noticia?

El Govern aprueba la memoria preliminar de la ley que aborda el racismo de forma integral, impulsada por la Conselleria de Igualdad y Feminismos. Empieza un período de consulta pública previa de tres meses y medio abierto a la ciudadanía, que combinará medios telemáticos y presenciales en todo el territorio catalán. En una reacción inmediata, podemos felicitarnos por la iniciativa. Se trata de una ley que tratará las diferentes formas y expresiones del racismo, como el antigitanismo, la islamofobia, la xenofobia y otras formas de discriminación étnico-racial. El hecho de que se normalicen estos conceptos y que se reconozca la existencia misma de las diferentes formas de discriminación es un aspecto positivo, por lo menos en apariencia.

Otro aspecto, en principio, positivo es que la iniciativa está impulsada por la Conselleria de Igualdad y Feminismos, lo que muestra que dentro del feminismo institucional hay cierta diversidad de corrientes y sensibilidades. No todo el feminismo está instrumentalizado por la extrema derecha en lo que se refiere a discursos racistas. También es importante el hecho de que se reconozca la existencia de un racismo estructural e institucional que pueden ejercer los propios poderes públicos.

Ahora bien, más allá de las buenas intenciones o declaraciones, habrá que ver de qué medios se van a disponer, qué margen de maniobra van a tener cuando choquen entre sí los intereses de las diferentes consellerias, y qué voluntad política tendrán para aplicar la ley.

Otra cuestión importante es que esta ley puede acabar neutralizando e instrumentalizando la lucha contra las diferentes formas de racismo al institucionalizarla y dictar desde arriba los enfoques, las agendas y estrategias. En función de todo ello, será una ley eficaz o será papel mojado e, incluso, contraproducente. Por lo pronto, parece que la balanza se inclina hacia la segunda opción. Algunas cuestiones que debemos tener en cuenta:

¿Qué alcance, margen de maniobra y voluntad política habrá en lo relativo a la ley de Extranjería, quitas de custodia de hijos de familias migrantes, revisión de los requisitos para obtener el permiso de residencia?

¿De qué forma esta ley entra en conflicto con la política antiterrorista de Catalunya y protocolos como el PRODERAE, que se aplican, por ejemplo, en el sector educativo, así como la ley antiterrorista española que alimentan el racismo y la islamofobia?

Catalunya es la Comunidad Autónoma en la que hay más ordenanzas municipales que restringen la manera de vestir de las mujeres musulmanas. ¿Esta ley revisará y anulará todas esas ordenanzas?

¿De qué forma se protegerá a las personas racializadas de la violencia de los mossos d’esquadra? ¿Cómo impedirá que sigan existiendo controles por perfil étnico?

¿De qué manera se respetará el Acuerdo de Cooperación de 1992, según el cual las personas musulmanas tienen derecho a ser enterradas según el rito islámico, a construir mezquitas en las ciudades y pueblos, cosa que actualmente es imposible en muchos municipios?

Si la ley no se aplica, por falta de voluntad, falta de margen de maniobra o conflicto de intereses siempre se nos podrá replicar, ¿de qué os quejáis, si tenéis una ley contra el racismo? Por lo que puede acabar siendo contraproducente. En definitiva, al igual que ocurre con otros movimientos y reivindicaciones sociales lo más probable es que esta ley acabe neutralizando e instrumentalizando la lucha contra las diferentes formas de racismo al institucionalizarla.

Mujeres musulmanas en el punto de mira (una vez más)

Por Ángeles Ramírez, Noha el Haddad, Natalia Andújar

Fuente: eldiario.es

En estas últimas semanas, dos hechos han vuelto a colocar el pañuelo musulmán en el foco de la actualidad mediática. El primero es la retirada de la campaña del Consejo de Europa Beauty is in diversity as Freedom is in hijab, para promover la movilización de la juventud contra el racismo. Se mostraba un vídeo en el que mujeres jóvenes aparecían primero sin pañuelo y después con él, aunque solo cubría la mitad de su rostro, en fotogramas divididos y luego fusionados. Se acompañaba de otras fotos en las que mujeres con hiyab explicaban en unas líneas su elección y significado. El gobierno francés reaccionó muy fuertemente en contra de esta campaña, a la que acusaba de promover el uso del hiyab, consiguiendo que fuera retirada. En este asunto, las posiciones del gobierno, de ciertos senadores socialistas y de la extrema derecha, fueron coincidentes. Las posiciones más radicales hablaron de blanqueamiento del hiyab.

El otro hecho es más reciente y local. Se trata de la reunión de mujeres líderes en política a la que acudieron Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra, Yolanda Díaz y Fátima Hamed en Valencia a mediados de noviembre. El pañuelo de esta última se convirtió en objeto de discusión y crítica no solo en las redes, sino en diferentes medios. Esto es una malísima noticia. De entrada, al poner el foco en su pañuelo, se ignora por completo el peso de su actividad política en Ceuta, donde es diputada y donde planta cara cotidianamente a la extrema derecha. Hamed ha conseguido, por ejemplo, que la Asamblea de Ceuta declare persona non grata a Abascal, por insultar a la población musulmana ceutí en su visita a la ciudad durante la crisis migratoria de la primavera de 2021. Pero su lucha contra la impunidad del discurso de odio y contra la extrema derecha, parece reducirse a su pañuelo en todo este revuelo.  

De manera mucho más explícita que cuando se comentaba la vestimenta de las ministras, la apariencia de Hamed ha sido tema de debate de manera sistemática en estos días desde puntos aparentemente dispersos por el espectro político. Como feministas, no hemos podido evitar el enfado y la impotencia por cómo se manoseaba su imagen. En ocasiones, la crítica ha venido de algunas voces que comienzan a ocupar espacio mediático en España con posiciones contra el derecho a llevar pañuelo, que encuentran eco no solo en medios conservadores o de centro-derecha, sino también de izquierdas, lo cual merecería una reflexión. Algunas de estas son de origen musulmán. Sus comentarios presentan varios lugares comunes, con conclusiones bastante obvias:

1. Se argumenta la parte por el todo. Es el caso de opiniones provenientes de personas de origen musulmán con experiencias de opresión, que las generalizan a todas las mujeres musulmanas, como ya pasó antes en Holanda con la ex diputada conservadora Ayaan Hirsi Ali. Pero lógicamente, las vidas de más de mil millones de mujeres musulmanas son diversas por definición y no se puede hacer la misma interpretación para todas. Cierto es que hay vidas precarias para las que el islam puede ser utilizado como un instrumento de subyugación de las mujeres, pero –y lo subrayamos– obviamente no es en absoluto la norma. 

2. En esta misma línea, pretender que el pañuelo es un símbolo del integrismo, es una falacia. En ciertos casos, puede estar asociado a vivencias rigoristas del islam, pero no en la inmensa mayoría. Convertir en integristas a millones de personas a partir de una frase tramposa puede tener eco mediático, pero no contribuye a luchar contra el racismo ni el patriarcado. Como cualquier otra mujer, las musulmanas –con pañuelo o sin pañuelo– lidian con diversas condiciones de vida. Muchas sufren opresión y han de buscar herramientas para salir adelante; otras disponen de recursos y de redes para llevar una buena vida, e incluso luchar por las demás. Y sí, muchas también se identifican como feministas ¿Dónde está realmente el problema? En que toda la diversidad queda reducida a un pañuelo que como la capa del rey Midas, convierte a las mujeres que lo llevan en víctimas pasivas y llorosas o en fanáticas religiosas, cancelando su presencia pública y haciéndolas objeto de escarnio, como acaba de suceder con la diputada ceutí. 

3. Si efectivamente, para algunas mujeres musulmanas, el pañuelo es una imposición que refuerza el sojuzgamiento y la opresión, obviamente no lo es para todas. Hay países de mayorías musulmanas en los que se obliga a las mujeres a llevar pañuelo, como Arabia Saudí o Irán; hay otros en los que se las fuerza a quitárselo, como Francia o Bélgica. En Europa, en la mayoría de los casos, es producto de una decisión y no de la subordinación. Por poner otro ejemplo: del hecho de que la pareja conyugal pueda ser una cárcel patriarcal, no se concluye que todas las mujeres en pareja sean un juguete roto en manos del patriarcado. En este sentido, es legítimo que muchas mujeres se nieguen a tener pareja, como una forma de lucha contra la dominación masculina, como también lo es que muchas mujeres de origen musulmán renieguen del pañuelo. Lo que desde luego no lo es, es este ejercicio continuo de denigración contra las mujeres que llevan pañuelo, rayano en el discurso de odio.

4. Se dijo que la aparición de Fátima Hamed en las fotos, legitimaba el pañuelo. Esta afirmación parece presuponer que el hiyab no es legítimo, pero ¿sobre qué base hay ropa legítima e ilegítima para las mujeres? ¿Quién y por qué se arroga el derecho de opinar sobre el cuerpo de Fátima Hamed? 

El hecho de que algunas de estas posiciones anti-derechos sean de origen musulmán, les confiere una apariencia de legitimidad que puede inhibir la réplica, alzándolas como una especie de «voz autorizada» que representa a todas las mujeres musulmanas. Desgraciadamente, no hay demasiadas reacciones públicas en contra, ni por parte de otras musulmanas pro-derechos –lleven o no hiyab– ni de fuera de las comunidades. Las razones son diversas. Entre otras, por un reducido espacio en los medios para las posiciones pro-derechos, que no son tan mediáticas como la reivindicación de arrancar el pañuelo a las mujeres musulmanas. El ambiente de islamofobia creciente, con discriminaciones manifiestas, detenciones arbitrarias a representantes religiosos o críticas feroces a las mujeres con pañuelo, no ayuda a hacer visible un discurso que contrarreste el anti-derechos, que reproduce exactamente lo que denuncia: anula a las mujeres con pañuelo y las aparta de la vida pública, en una lógica circular de victimismo, resentimiento y cancelación. Con un añadido, y es que la pretensión no es ilegitimarlas, sino ilegalizarlas, como de hecho está pasando ya en algunos institutos de secundaria del Estado con las chicas que llevan pañuelo, que son apartadas de forma subrepticia de la educación pública.

En suma, todos estos discursos, en los que convergen las posiciones de las derechas –incluida la extrema– con un cierto sector de la izquierda y del feminismo, contribuyen a redoblar la presión social sobre las mujeres que llevan pañuelo en España, blanqueando el racismo anti-musulmán. 

En esto, desgraciadamente, España se va pareciendo cada vez más a Francia. Sin embargo, aún hay un hermoso camino por recorrer desde un feminismo antirracista e inclusivo que nos indica que aún estamos a tiempo de pararlo.

“En Europa la presión social y legal se ejerce para que las musulmanas se quiten el hiyab”

La belleza está en la diversidad. Campaña del Consejo de Europa.

La reciente campaña del Consejo de Europa respecto al uso del hiyab plantea una serie de errores no solo estratégicos sino de fondo, ya que pone el foco en la libertad individual de las mujeres para llevarlo. Las reacciones no se han hecho esperar. Quienes presentan el “desvelamiento” como un símbolo de la libertad de las mujeres musulmanas se apropian del concepto de libertad y lo manipulan al no tener en cuenta el contexto concreto en el que se produce: en Europa y hacia un colectivo oprimido. La presión social y legal se ejerce para que las musulmanas se quiten el hiyab: para encontrar o mantener un trabajo, para evitar la estigmatización y la violencia, para poder estudiar en un centro público.

La campaña plantea, además, un error de fondo porque reduce el uso del hiyab a una cuestión de libertades individuales. De esta manera, oculta que los discursos de odio se amparan en un racismo estructural e invisibiliza los mecanismos de opresión y de discriminación contra las mujeres musulmanas. Si el Consejo de Europa quiere denunciar los discursos de odio, debería ir a la raíz del problema. Esos discursos se alimentan y encuentran un marco legal que los legitima mediante leyes que discriminan a las personas musulmanas, mediante los discursos racistas de los partidos políticos con fines electoralistas, y las políticas securitarias y de control de los Estados europeos. Dicho esto, es ingenuo creer que el Consejo de Europa estaría dispuesto a tirarles de las orejas a los Estados miembro con campañas en las que se visibilizaran las violencias que se ejercen contra las mujeres musulmanas, las estructuras que producen esas violencias y las resistencias contra esas mismas violencias.

Por otra parte, debemos preguntarnos por qué Francia ha exigido que se retire esta campaña y cuál es el contexto en el que lo hace. Francia está en plena campaña electoral, en un contexto europeo de derechización de todo el espectro político y en el que un posible candidato de extrema derecha, Eric Zemmour, está siendo impulsado (de manera directa o indirecta) por la mayoría de los medios de comunicación y cuya ascensión también puede beneficiar a Emmanuel Macron (como ya pasara en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 entre Jacques Chirac, que obtuvo el 82% de los votos y Jean-Marie Lepen, el 18%). Francia es el Estado que ha abanderado la lucha contra el hiyab, en nombre de “la libertad de las mujeres” y ha aprobado una serie de leyes “contra el separatismo” que discriminan a los musulmanes, cuyo objetivo no es otro que mantener el control sobre las personas musulmanas mediante el cierre de mezquitas, la prohibición del uso del hiyab en diferentes contextos, el cierre de asociaciones, la difamación contra líderes religiosos, de activistas musulmanes. En nombre de la libertad, legisla sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas. ¿Cuál es la posición que han adoptado los diferentes feminismos ante esta evidente contradicción? La mayoría han apoyado estas leyes discriminatorias. Según Stella Magliani-Belkacem, la aprobación de la ley de 2004, que prohíbe el uso del hiyab en los centros públicos de enseñanza, fue posible debido a un vacío programático del feminismo.

Otro factor que explica la aprobación de leyes racistas es la instrumentalización del feminismo, llevada a cabo principalmente por los partidos políticos, cuyo objetivo es apoyar las guerras de los neoconservadores en nombre de “la liberación” de las mujeres musulmanas, endurecer el derecho de asilo y la ley de Extranjería y fomentar la inmigración femenina, para que se ocupe de los cuidados y de los campos, pero sin sus prácticas y sus valores. Saba Mahmood y Charles Hirschkind denunciaron el doble rasero de las feministas norteamericanas hegemónicas, que alzaron la voz contra los talibanes y aplaudieron la guerra contra “el terror” llevada a cabo por el gobierno de EEUU en Afganistán pero que callaron sobre el embargo norteamericano y las consecuencias de la guerra, que provocaron más muertes de niños y mujeres que en toda la era talibán.

Volviendo al contexto actual en Francia, Eric Zemmour el candidato/polemista (todavía no oficial) de extrema derecha ha afirmado recientemente, entre otras cosas, que no será el presidente de mujeres con hiyab, esto es, que promoverá leyes para prohibirlo, y ha aparecido en CNews (un medio de comunicación de extrema derecha) conminando a una mujer con hiyab a que se lo quitara “en nombre de la libertad”. Eric Zemmour ha sido condenado en varias ocasiones por sus discursos de odio, defiende posturas misóginas y, en cambio, se presenta en la campaña electoral como el defensor de las mujeres, y exige que las musulmanas se desvelen en nombre de la libertad.

Algo similar ocurre con la extrema derecha en España, que emula estos discursos y estrategias, pero también con algunos sectores de la izquierda y de cierto feminismo, cuyos intereses coinciden con el poder racial. Es importante no perder de vista que el femonacionalismo es un instrumento al servicio del control y de la represión de las personas musulmanas. Por lo tanto, obligar a que se desvelen no puede ser entendido como un símbolo de libertad. Al contrario, se trata de que las musulmanas pasen a estar tuteladas por el Estado, con todo lo que ello implica.

«El blackface apareció para contrarrestar el avance social de los negros»

«El blackface no apareció, como hemos podido leer, para justificar la esclavitud sino después de la abolición, para contrarrestar el avance social de los negros».

Esta cita de Françoise Vergès, politóloga y feminista, que cuenta con un largo recorrido en investigaciones sobre la esclavitud, es muy interesante porque cambia nuestra perspectiva a la hora de combatir esta práctica racista, tan presente en las tradiciones navideñas en España. Cada año asistimos a cabalgatas de reyes en las que cientos de blackface ofenden a la comunidad africana / afrodescendiente / afroespañola. Este año el colectivo Afroféminas ha denunciado que la cabalgata de Alcoy, con sus pajes blancos pintados de negro, es racista. Paradójicamente ha recibido multitud de comentarios y reacciones racistas para defender que no se trata de una tradición racista. Una demostración clara del actual “racismo sin racistas”.

El tema es de gran calado porque no se trata “simplemente” de no ofender a un colectivo «hipersensible», «que ve el racismo donde no lo hay», sino que la tradición del blackface es una de las tantas herramientas al servicio del sistema del privilegio blanco en el que todas las personas blancas hemos sido y somos socializadas.

He querido tirar del hilo y ver a dónde me lleva la historia, el contexto histórico de la época, los argumentos objetivos que con tanto ahínco y soberbia exigen los defensores de estas tradiciones.

La primera representación de la cabalgata de Alcoy está documentada en 1866. Vamos a ver algunas fechas clave a partir de la mitad del siglo XIX en relación a la esclavitud y su abolición.

EEUU

1830-mediados siglo XX Aplicación de los códigos negros, inicialmente en Estados que no habían legalizado la esclavitud pero sirvieron para perpetuar la discriminación y la segregación racial.

1861-1865 Guerra de Secesión y la cuestión clave sobre la abolición o no de la esclavitud como telón de fondo.

1863 Proclamación de Emancipación.

Finales de 1865 Ratificación de la decimotercera enmienda a la Constitución según la cual la emancipación es universal y permanente.

1866 Texas es el primer Estado sureño en adoptar las normas emanadas de los códigos negros. Luego se unieron muchos más Estados.

1876-1965 Las leyes Jim Crow propugnaban la segregación racial. Estas leyes eran derivadas de los códigos negros.

INGLATERRA

1833 Slavery Abolition Act

FRANCIA

1685 Código negro, instrumento colonial para perpetuar el racismo y la opresión.

1794 Abolición de la esclavitud en la Declaración  de los Derechos Humanos y del Ciudadano postrevolución francesa.

1802 Napoleón restaura la esclavitud.

1848 Abolición de la esclavitud.

ESPAÑA

1768 Primer código negro inspirado en el código negro francés

1837 Abolición de la esclavitud en la península.

1865 Se crea la Sociedad Abolicionista Española.

1870 Ley de libertad de vientres, según la cual los hijos de esclavas serán libres.

1886 Abolición de la esclavitud en la última colonia española (Cuba).

En 1866, cuando se documenta por primera vez la cabalgata de reyes de Alcoy, una de las más antiguas de España (si no la más antigua), estamos en pleno proceso de abolición de la esclavitud (evidentemente no de forma efectiva pero sí globalmente legal).

Tal y como muestran las leyes Jim Crow de EEUU, se perpetuará y legalizará la discriminación y la segregación racial aunque la esclavitud esté oficialmente abolida. Por lo tanto, no se trataba ya de justificar la esclavitud sino de adaptar el sistema de privilegios a la nueva situación. Y es ahí donde el blackface entronca con la perpetuación del racismo estructural. El nombre de estas leyes tiene su origen en un vodevil de 1828 que se hizo muy famoso en EEUU, llamado “Jump Jim Crow”, en el que se caricaturizaba a un esclavo negro con discapacidad física. El actor blanco, Thomas Rice, se pintaba la cara de negro.

España no estaba al margen de estos cambios y la voluntad de caricaturizar a los pajes como esclavos negros en pleno proceso abolicionista tiene que ver con la resistencia contra la supresión de unos privilegios considerados naturales. Ni siquiera el rey negro se salva del blackface. De ahí que caricaturizar sirva para inferiorizar. Hoy en día todavía no existe una equiparación de derechos.

 

Indignada

No sé ni por dónde empezar. La indignación me invade. Se trata de una mezcla entre decepción, sentimiento de engaño y rabia.

Cuando era pequeña me educaron haciéndome creer que no había diferencias de género, que eso era cosa de antes, pero en las reuniones familiares, quienes nos levantábamos para servir y quitar la mesa éramos las mujeres mientras los hombres hablaban de sus cosas.

También me hicieron creer que no había diferencias raciales ya que en realidad las razas no existen.  Pero cuando se afirma que hoy en día nadie es racista lo que quiere decir es que nadie lo es mientras no se vea en la tesitura de tener que defender sus privilegios, su identidad, su superioridad.

Me explicaron que mi país era aconfesional y que, por lo tanto, no había ninguna religión por encima de otra. Pero nadie me habló de la existencia de un concordato entre el Estado y la Santa Sede ni de que ser musulmana significaría tener que ser percibida como una traidora y una renegada.

Creía de manera ingenua en los discursos buenistas de la ciudadanía, la integración, la igualdad. Y pensaba (¡tonta de mí!) que el mestizaje era un horizonte ideal al que deberíamos tender, que trascendería por arte de magia cualquier diferencia. ¡Hasta me creí que existía la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral si te esforzabas lo suficiente!

La vida se encargó de mostrarme una realidad muy diferente: el machismo, el racismo, el clasismo no han desaparecido. Simplemente han adoptado formas distintas, algunas antiguas y otras nuevas.

Nos estafaron cuando nos hicieron creer que podíamos cambiar la realidad, nuestro legítimo sentimiento de injusticia, de forma individual. Que todo dependía de nuestra voluntad, de nuestro esfuerzo personal. La exacerbación del individualismo lo que ha supuesto es el triunfo del liberalismo y ha permitido desarticular en parte cierto activismo político social.

Llevo muchos años en la lucha feminista, contra la islamofobia y el racismo. Tengo que confesar que en más de una ocasión he querido tirar la toalla. He tenido que hacer altos en el camino para poder reponerme de la violencia que recibimos las personas que nos exponemos públicamente.

Pero aquí sigo, con mis dilemas, mis dudas y mis contradicciones, intentando desbrozar el camino para ver cómo transformamos nuestra indignación en una fuerza colectiva que provoque un cambio  real en las relaciones de poder. Sin esa condición previa, todo activismo estará abocado al fracaso o simplemente servirá para mantener un compromiso de fachada, y por lo tanto, para perpetuar las discriminaciones.