La asimilación no es el camino

Manifestación contra el racismo institucional MANU NAVARRO

Son las doce de la noche. Alterno la lectura del libro “La alteridad domesticada”, de la socióloga Belén Fernández, con los comentarios en Twitter (X). Hay uno que me llama la atención en estos momentos. Se trata de la denuncia pública que hace Sukaina Fares aka “La voz de la infiel” contra el acoso que están recibiendo ella y sus compañeras activistas en las redes sociales, por posicionarse contra el genocidio y la ocupación israelí. No conozco de nada a Sukaina. Lo único que sé de ella es lo que aparece en los medios de comunicación en los que le dan un espacio importante para hablar de su recorrido personal, como atea de familia musulmana, y de su activismo, centrado en ayudar a las jóvenes descendientes de la migración marroquí a que se emancipen de su entorno religioso, por considerarlo machista y opresor.

Las diferencias entre la corriente feminista de origen norteafricano que ella encarna,  que bebe del feminismo blanco ilustrado e incorpora las tesis culturalistas, y el antirracismo político de un sector del colectivo musulmán en el que me sitúo, son notables.

Artículo completo https://mektub.es/la-asimilacion-no-es-el-camino/

Populismo Islámico – Book Review

Hoy os traigo una reseña del libro «Populismo Islámico», de Antonio de Diego (2020), en la que os explico qué problemas plantea, qué es lo que no dice y qué consecuencias tienen sus propuestas. Critico la postura quietista defendida por el autor así como el concepto de «islamofobia instrumental» al servicio de los Hermanos Musulmanes.

Autores citados:

  • Alix Philipon, «Soufislamisme» en «Histoires des mobilisations islamistes. XIX-XX Siècle», CNRS Editions.
  • Artículo de François Burgat: Réponse à Olivier Roy «Les non-dits de «l’islamisation de la radicalité»
  • Gilles Kepel, «Le prophète et la pandémie. Du moyen-orient au Jihadisme d’atmosphère», Gallimard
  • Olivier Roy, «L’échec de l’islam politique», Seuil.

«Ser proderechos no obliga a nadie a llevar hiyab»

El colectivo feminista «Las Hijabeuses» en la marcha contra la violencia de género en París (19/11/2022). Imagen: Alliance Citoyenne

En Francia, la primera polémica sobre el hiyab surgió en 1989 con los “velos de Creil” cuando un colegio de Creil expulsó a tres alumnas. Ese caso dio pie a debates interminables en los medios de comunicación sobre el concepto de laicidad, la compatibilidad del islam con la República, la pertenencia religiosa y cultural, que desembocaron en unas medidas cada vez más intolerantes. Se pasó del “caso a caso” a la distinción entre “los signos discretos” y “los signos ostensibles”.

En 2003, la comisión Stasi, creada por Jacques Chirac, llevó a cabo un estudio en el que no tuvo en cuenta a las mujeres musulmanas. Los “especialistas” y políticos decidían sobre sus cuerpos sin ellas. Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

Finalmente, en 2004 se aprobó la ley que prohibió “el uso de signos religiosos ostensibles en las escuelas, colegios e institutos públicos”. Además, al incluir en la ley el criterio de la intención de los alumnos, vemos claramente el riesgo de una extensión interminable de la lista de posibles signos de filiación religiosa, como pasa actualmente con las polémicas sobre el uso de faldas o vestidos anchos.

Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

En 2011, se aprobó la ley contra el “velo integral” que provocó otra oleada de debates sobre una cuestión residual en Francia, que ya contaba con un marco legal para los casos puntuales de identificación en los espacios públicos sin necesidad de aprobar una ley que estigmatizara a los musulmanes.  

Estas leyes prohibicionistas han tenido un impacto muy negativo para las mujeres musulmanas (no solo las alumnas) y, por extensión, para todo el colectivo musulmán: islamofobia en el ámbito laboral, rechazo de que las madres acompañen al alumnado en las actividades escolares, prohibición de que las mujeres se bañen con trajes de neopreno en las piscinas municipales, expulsión y acoso en las universidades, presión para retirar el hiyab en los ayuntamientos, etc. La administración hace la vista gorda sobre los abusos, lo que provoca que se acaben normalizando. La situación ha ido empeorando hasta la culminación de la ley más islamófoba de Europa, la ley contra “el separatismo religioso”, en la que la relación causa-efecto aparece invertida. Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

¿Qué dijeron sobre todo esto las feministas? El feminismo iustrado, universalista apoyó la ley y adoptó una lectura esencialista del hiyab: “en toda circunstancia, en todo lugar y todo momento, el hiyab oprime porque es un símbolo del patriarcado”. El feminismo inclusivo guardó un silencio incómodo, en general, menos la histórica Christine Delphy, feminista atea y materialista. Su peso como referente histórico (fue cofundadora de la revista “Nouvelles Questions Féministes” junto a Simone de Beauvoir) no fue suficiente. El apoyo a la ley por parte del feminismo prohibicionista tuvo que ver, por una parte, con su propio vacío programático, que suplió con las polémicas del hiyab como excusa para renovar una lucha trasnochada y para seguir manteniendo el monopolio discursivo; y, por otro, con su mirada paternalista-racista de las mujeres musulmanas. Todo ello, lejos de mejorar las condiciones de vida de las mujeres musulmanas, las ha empeorado. Lo que no pueden aceptar las prohibicionistas es que aún teniendo todo el aparato legislativo de su parte, las instituciones, la financiación, la enseñanza, los medios de comunicación, no consiguen doblegar la voluntad de las mujeres musulmanas de seguir llevando hiyab como acto de resistencia.  

Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

Lo que está pasando actualmente en el Estado español, en torno al debate sobre el hiyab, tiene un aire de familia precomisión Stasi. Debemos tener en cuenta todas las cuestiones anteriores, no hacer lecturas esencialistas ni comprar los discursos neoliberales de “me lo pongo y me lo quito porque lo decido yo” y estar alerta sobre los peligros del femonacionalismo. En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber. No hay libertad sin justicia.

En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber.

Debemos huir de los debates teológicos y moralizantes y centrarnos en la exigencia de derechos. El hecho de defenderlos no significa que se obligue a nadie a llevar hiyab, sino que se trata de tener el control sobre nuestros cuerpos, en un entorno institucional y socialmente hostil. Y eso lo sabe (o debería saberlo) el feminismo inclusivo.  

Del feminismo islámico a los discursos progresistas: transformaciones y límites en el contexto europeo

Hace cuatro años, escribí un artículo, “Por unos feminismos islámicos no hegemónicos”, en el que identificaba algunos de los principales aspectos problemáticos de este incipiente movimiento que, en Europa, empezó a emerger a principios de los años 2000, y culminó con la organización de diferentes congresos internacionales, pero que definitivamente no terminó de cuajar, en un contexto de auge de la extrema derecha y de racismo institucional, al no dar respuesta a las prioridades de las mujeres musulmanas.

Con el paso del tiempo, las posiciones de los musulmanes autodenominados “progresistas”, que abogan por un islam “español”, “democrático”, a favor de la “ciudadanía” y la “igualdad de género”, que podríamos incluir dentro del paraguas del “feminismo islámico”, son utilizadas para alimentar las tesis racistas, al presentarse como lo opuesto a una visión del islam como “retrógrado”, “foráneo”, “antidemocrático” y “patriarcal”. Es decir, alimentan un binarismo simplista que redunda en los principales estereotipos que se vehiculan contra las personas musulmanas. En un contexto europeo de control y vigilancia de los musulmanes, estos sectores “progresistas” aparecen como la coartada perfecta para llevar a cabo medidas racistas y represivas contra los colectivos musulmanes. Quieren influir en el culto musulmán, en nombre de su “protección” y “emancipación”, y demandan espacios privilegiados de interlocución. Por otro lado, estas prioridades convergen con las políticas de domesticación que ejerce el Estado sobre la población musulmana y neutralizan cualquier visión crítica e independiente, tanto sobre la gestión del islam como sobre la vulneración de los derechos civiles. Las voces “progresistas” son acomodaticias, no critican el sistema, no se enfrentan a los dispositivos racistas. De ahí que estén legitimadas por los medios de comunicación y los medios políticos dominantes.

Por otro lado, los musulmanes autodenominados “progresistas” no utilizan el apelativo “feminismo islámico”, ni en singular, ni en plural, ya que, actualmente, es un movimiento inexistente en el contexto europeo, a pesar de que algunas voces “autorizadas” islamófobas sí lo utilicen en los medios de comunicación para validar la fabricación de un enemigo interior. Los principales motivos de su desaparición en Europa o, para algunos, su transformación, son el hecho de que, en sus inicios, fue teorizado y liderado por hombres; por su incapacidad para mejorar la situación real de las mujeres musulmanas, al establecer debates excesivamente teóricos. También se debe a la invisibilización de la islamofobia como discriminación estructural y al hecho de no tener en cuenta la complejidad de factores que intervienen en las discriminaciones contra las mujeres musulmanas, más allá de una visión atomizada y simplista de una “mala” lectura de los textos religiosos.

¿Eso significa que los musulmanes no debemos llevar a cabo debates internos, que no nos atraviesan las discriminaciones de género y que toda práctica comunitaria debe ser aceptada sin ser autocríticos? Es evidente que no debemos dejar de serlo. Sin embargo, somos los musulmanes quienes debemos marcar las prioridades, las estrategias, los enfoques y la agenda sobre lo que nos concierne y no deben imponerse desde arriba. Debemos aspirar a ser un colectivo políticamente maduro, que luche por nuestros derechos fundamentales. Debemos respetar la diversidad interna y, a la vez, denunciar las estrategias de fragmentación (que enfrentan a los “buenos” y “malos” musulmanes), ya que obstaculizan nuestra organización colectiva. Solo con una conciencia fuerte de grupo, organizados políticamente, podremos tejer alianzas con otros colectivos discriminados para que nuestras exigencias de justicia y no discriminación se traduzcan en una mejora real de nuestras condiciones de vida.

Voces musulmanas «autorizadas»: Vox y el uso político de la religión

I Encuentro Frontera Sur, Las Palmas de Gran Canaria, 5 y 6 de noviembre.

Poco a poco, los medios de comunicación y los partidos políticos van abriendo los espacios a voces “nativas”, “autorizadas”, “auténticas”. La organización y las reivindicaciones políticas de los colectivos a los que (supuestamente) representan tienen que ver con el acceso a esos espacios. Es necesario abrirlos. Es saludable acceder a visiones y posiciones diferentes, incluso opuestas, ya que enriquecen los debates. Sin embargo, no es menos cierto que algunas de las voces musulmanas más mediáticas poseen algo que a los medios de comunicación y a los partidos políticos les interesa: confirman sesgos y refuerzan sus intereses. Por lo tanto, es importante que nos preguntemos por qué partidos como Vox, por ejemplo, en el I Encuentro Frontera Sur celebrado el pasado mes de noviembre en Las Palmas de Gran Canaria “para abordar la amenaza de la inmigración ilegal”, ha echado mano de voces musulmanas “autorizadas”. Debemos preguntarnos sobre el lugar que ocupan estos discursos en el campo social y político. Es un error monumental pensar que la participación de musulmanes en eventos organizados por la extrema derecha tenga nada que ver con la libertad de expresión y la defensa de la pluralidad de visiones dentro del colectivo musulmán. Hay que denunciar enérgicamente el uso de esas voces críticas cuando sirven para defender posiciones islamófobas, más aún, teniendo en cuenta el contexto actual europeo de radicalización islamófoba.  

Xavier Romero-Vidal y Jakob Schwoere acaban de publicar un estudio sobre “Las dimensiones religiosas de la izquierda española: partidos y electorado”, en el que nos dan unas claves para entender lo que está en juego. La aparición de Vox en el tablero político puede provocar “un contagio de la retórica anti-islámica entre los partidos mayoritarios, como en otros países de Europa occidental”. Esta cita no trata de exonerar al resto de partidos, puesto que la islamofobia es estructural, sino que lo que muestran los datos del estudio es que la extrema derecha utiliza referencias religiosas como estrategia central de campaña y se presenta como defensora del cristianismo y de la civilización europea, frente a una supuesta amenaza musulmana externa e interna, materializada en forma de “avalanchas migratorias” y de “no-go zones” o guetos. El auge de la extrema derecha y la instrumentalización de la religión como componente ideológico tiene consecuencias para el conjunto de partidos, ya que acaba poniendo sobre la mesa unas temáticas y enfoques que pueden pasar de ser totalmente secundarios, a unas prioridades impuestas. El deslizamiento hacia su marco ideológico se hace cada vez más patente en cuestiones relacionadas con la seguridad nacional y el consiguiente control de las personas musulmanas, el tratamiento de la inmigración y el endurecimiento de la ley de Extranjería. En definitiva, se trata de la defensa de narrativas de exclusión y criminalización de las personas migrantes y/o musulmanas y de medidas represivas.

Por lo tanto, cuando algunas voces musulmanas “autorizadas” o percibidas como tal aceptan participar en debates con la extrema derecha, lo que están haciendo es darles argumentos a su discurso islamófobo, que los transforma en un refrendo de su denuncia de una invasión de hordas de musulmanes fanáticos de las que hay que defenderse. Todo ello se traduce en unas consecuencias nefastas para las personas migrantes y/o musulmanas.

Es lo que ha ocurrido con la conferencia sobre “El islam político y su implantación en Europa” del encuentro organizado por Vox, antes mencionado, en el que las voces musulmanas “auténticas” corroboraron punto por punto todas las tesis de la extrema derecha: la existencia de un enemigo interior (la formación de guetos, los centros religiosos como centros de control ideológico, el activismo antirracista musulmán), de un enemigo exterior (migrantes y refugiados) y la teoría del reemplazo. Y aportaron unas soluciones milagrosas: mayor control del Estado, la no concesión de la nacionalidad, el endurecimiento de la ley de Extranjería. Qué bien se lo han servido a la extrema derecha, ¿no?

La periodista Zineb el Rhazaoui, conocida en Francia por sus posiciones radicales islamófobas, afirma que “el islam aplicado es el islamismo. Y el islamismo aplicado es el terrorismo”. Con algunos matices, esta es la idea principal que transmiten esas voces “auténticas”, muy contentas de que “por fin” se las escuche. Es importante aclarar que no se trata de personas que cometen errores empíricos o interpretativos sino que participan en el mantenimiento de un sistema racista, ya sea de manera consciente o no, por acción u omisión. Hay que denunciar estos deslizamientos discursivos e ideológicos y la instrumentalización de estas voces, que representan los intereses partidistas de la extrema derecha.

Ley contra el racismo en Catalunya, ¿una buena noticia?

El Govern aprueba la memoria preliminar de la ley que aborda el racismo de forma integral, impulsada por la Conselleria de Igualdad y Feminismos. Empieza un período de consulta pública previa de tres meses y medio abierto a la ciudadanía, que combinará medios telemáticos y presenciales en todo el territorio catalán. En una reacción inmediata, podemos felicitarnos por la iniciativa. Se trata de una ley que tratará las diferentes formas y expresiones del racismo, como el antigitanismo, la islamofobia, la xenofobia y otras formas de discriminación étnico-racial. El hecho de que se normalicen estos conceptos y que se reconozca la existencia misma de las diferentes formas de discriminación es un aspecto positivo, por lo menos en apariencia.

Otro aspecto, en principio, positivo es que la iniciativa está impulsada por la Conselleria de Igualdad y Feminismos, lo que muestra que dentro del feminismo institucional hay cierta diversidad de corrientes y sensibilidades. No todo el feminismo está instrumentalizado por la extrema derecha en lo que se refiere a discursos racistas. También es importante el hecho de que se reconozca la existencia de un racismo estructural e institucional que pueden ejercer los propios poderes públicos.

Ahora bien, más allá de las buenas intenciones o declaraciones, habrá que ver de qué medios se van a disponer, qué margen de maniobra van a tener cuando choquen entre sí los intereses de las diferentes consellerias, y qué voluntad política tendrán para aplicar la ley.

Otra cuestión importante es que esta ley puede acabar neutralizando e instrumentalizando la lucha contra las diferentes formas de racismo al institucionalizarla y dictar desde arriba los enfoques, las agendas y estrategias. En función de todo ello, será una ley eficaz o será papel mojado e, incluso, contraproducente. Por lo pronto, parece que la balanza se inclina hacia la segunda opción. Algunas cuestiones que debemos tener en cuenta:

¿Qué alcance, margen de maniobra y voluntad política habrá en lo relativo a la ley de Extranjería, quitas de custodia de hijos de familias migrantes, revisión de los requisitos para obtener el permiso de residencia?

¿De qué forma esta ley entra en conflicto con la política antiterrorista de Catalunya y protocolos como el PRODERAE, que se aplican, por ejemplo, en el sector educativo, así como la ley antiterrorista española que alimentan el racismo y la islamofobia?

Catalunya es la Comunidad Autónoma en la que hay más ordenanzas municipales que restringen la manera de vestir de las mujeres musulmanas. ¿Esta ley revisará y anulará todas esas ordenanzas?

¿De qué forma se protegerá a las personas racializadas de la violencia de los mossos d’esquadra? ¿Cómo impedirá que sigan existiendo controles por perfil étnico?

¿De qué manera se respetará el Acuerdo de Cooperación de 1992, según el cual las personas musulmanas tienen derecho a ser enterradas según el rito islámico, a construir mezquitas en las ciudades y pueblos, cosa que actualmente es imposible en muchos municipios?

Si la ley no se aplica, por falta de voluntad, falta de margen de maniobra o conflicto de intereses siempre se nos podrá replicar, ¿de qué os quejáis, si tenéis una ley contra el racismo? Por lo que puede acabar siendo contraproducente. En definitiva, al igual que ocurre con otros movimientos y reivindicaciones sociales lo más probable es que esta ley acabe neutralizando e instrumentalizando la lucha contra las diferentes formas de racismo al institucionalizarla.

Mujeres musulmanas en el punto de mira (una vez más)

Por Ángeles Ramírez, Noha el Haddad, Natalia Andújar

Fuente: eldiario.es

En estas últimas semanas, dos hechos han vuelto a colocar el pañuelo musulmán en el foco de la actualidad mediática. El primero es la retirada de la campaña del Consejo de Europa Beauty is in diversity as Freedom is in hijab, para promover la movilización de la juventud contra el racismo. Se mostraba un vídeo en el que mujeres jóvenes aparecían primero sin pañuelo y después con él, aunque solo cubría la mitad de su rostro, en fotogramas divididos y luego fusionados. Se acompañaba de otras fotos en las que mujeres con hiyab explicaban en unas líneas su elección y significado. El gobierno francés reaccionó muy fuertemente en contra de esta campaña, a la que acusaba de promover el uso del hiyab, consiguiendo que fuera retirada. En este asunto, las posiciones del gobierno, de ciertos senadores socialistas y de la extrema derecha, fueron coincidentes. Las posiciones más radicales hablaron de blanqueamiento del hiyab.

El otro hecho es más reciente y local. Se trata de la reunión de mujeres líderes en política a la que acudieron Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra, Yolanda Díaz y Fátima Hamed en Valencia a mediados de noviembre. El pañuelo de esta última se convirtió en objeto de discusión y crítica no solo en las redes, sino en diferentes medios. Esto es una malísima noticia. De entrada, al poner el foco en su pañuelo, se ignora por completo el peso de su actividad política en Ceuta, donde es diputada y donde planta cara cotidianamente a la extrema derecha. Hamed ha conseguido, por ejemplo, que la Asamblea de Ceuta declare persona non grata a Abascal, por insultar a la población musulmana ceutí en su visita a la ciudad durante la crisis migratoria de la primavera de 2021. Pero su lucha contra la impunidad del discurso de odio y contra la extrema derecha, parece reducirse a su pañuelo en todo este revuelo.  

De manera mucho más explícita que cuando se comentaba la vestimenta de las ministras, la apariencia de Hamed ha sido tema de debate de manera sistemática en estos días desde puntos aparentemente dispersos por el espectro político. Como feministas, no hemos podido evitar el enfado y la impotencia por cómo se manoseaba su imagen. En ocasiones, la crítica ha venido de algunas voces que comienzan a ocupar espacio mediático en España con posiciones contra el derecho a llevar pañuelo, que encuentran eco no solo en medios conservadores o de centro-derecha, sino también de izquierdas, lo cual merecería una reflexión. Algunas de estas son de origen musulmán. Sus comentarios presentan varios lugares comunes, con conclusiones bastante obvias:

1. Se argumenta la parte por el todo. Es el caso de opiniones provenientes de personas de origen musulmán con experiencias de opresión, que las generalizan a todas las mujeres musulmanas, como ya pasó antes en Holanda con la ex diputada conservadora Ayaan Hirsi Ali. Pero lógicamente, las vidas de más de mil millones de mujeres musulmanas son diversas por definición y no se puede hacer la misma interpretación para todas. Cierto es que hay vidas precarias para las que el islam puede ser utilizado como un instrumento de subyugación de las mujeres, pero –y lo subrayamos– obviamente no es en absoluto la norma. 

2. En esta misma línea, pretender que el pañuelo es un símbolo del integrismo, es una falacia. En ciertos casos, puede estar asociado a vivencias rigoristas del islam, pero no en la inmensa mayoría. Convertir en integristas a millones de personas a partir de una frase tramposa puede tener eco mediático, pero no contribuye a luchar contra el racismo ni el patriarcado. Como cualquier otra mujer, las musulmanas –con pañuelo o sin pañuelo– lidian con diversas condiciones de vida. Muchas sufren opresión y han de buscar herramientas para salir adelante; otras disponen de recursos y de redes para llevar una buena vida, e incluso luchar por las demás. Y sí, muchas también se identifican como feministas ¿Dónde está realmente el problema? En que toda la diversidad queda reducida a un pañuelo que como la capa del rey Midas, convierte a las mujeres que lo llevan en víctimas pasivas y llorosas o en fanáticas religiosas, cancelando su presencia pública y haciéndolas objeto de escarnio, como acaba de suceder con la diputada ceutí. 

3. Si efectivamente, para algunas mujeres musulmanas, el pañuelo es una imposición que refuerza el sojuzgamiento y la opresión, obviamente no lo es para todas. Hay países de mayorías musulmanas en los que se obliga a las mujeres a llevar pañuelo, como Arabia Saudí o Irán; hay otros en los que se las fuerza a quitárselo, como Francia o Bélgica. En Europa, en la mayoría de los casos, es producto de una decisión y no de la subordinación. Por poner otro ejemplo: del hecho de que la pareja conyugal pueda ser una cárcel patriarcal, no se concluye que todas las mujeres en pareja sean un juguete roto en manos del patriarcado. En este sentido, es legítimo que muchas mujeres se nieguen a tener pareja, como una forma de lucha contra la dominación masculina, como también lo es que muchas mujeres de origen musulmán renieguen del pañuelo. Lo que desde luego no lo es, es este ejercicio continuo de denigración contra las mujeres que llevan pañuelo, rayano en el discurso de odio.

4. Se dijo que la aparición de Fátima Hamed en las fotos, legitimaba el pañuelo. Esta afirmación parece presuponer que el hiyab no es legítimo, pero ¿sobre qué base hay ropa legítima e ilegítima para las mujeres? ¿Quién y por qué se arroga el derecho de opinar sobre el cuerpo de Fátima Hamed? 

El hecho de que algunas de estas posiciones anti-derechos sean de origen musulmán, les confiere una apariencia de legitimidad que puede inhibir la réplica, alzándolas como una especie de «voz autorizada» que representa a todas las mujeres musulmanas. Desgraciadamente, no hay demasiadas reacciones públicas en contra, ni por parte de otras musulmanas pro-derechos –lleven o no hiyab– ni de fuera de las comunidades. Las razones son diversas. Entre otras, por un reducido espacio en los medios para las posiciones pro-derechos, que no son tan mediáticas como la reivindicación de arrancar el pañuelo a las mujeres musulmanas. El ambiente de islamofobia creciente, con discriminaciones manifiestas, detenciones arbitrarias a representantes religiosos o críticas feroces a las mujeres con pañuelo, no ayuda a hacer visible un discurso que contrarreste el anti-derechos, que reproduce exactamente lo que denuncia: anula a las mujeres con pañuelo y las aparta de la vida pública, en una lógica circular de victimismo, resentimiento y cancelación. Con un añadido, y es que la pretensión no es ilegitimarlas, sino ilegalizarlas, como de hecho está pasando ya en algunos institutos de secundaria del Estado con las chicas que llevan pañuelo, que son apartadas de forma subrepticia de la educación pública.

En suma, todos estos discursos, en los que convergen las posiciones de las derechas –incluida la extrema– con un cierto sector de la izquierda y del feminismo, contribuyen a redoblar la presión social sobre las mujeres que llevan pañuelo en España, blanqueando el racismo anti-musulmán. 

En esto, desgraciadamente, España se va pareciendo cada vez más a Francia. Sin embargo, aún hay un hermoso camino por recorrer desde un feminismo antirracista e inclusivo que nos indica que aún estamos a tiempo de pararlo.

Reseña de “La mujer es el futuro del Islam”

El pasado 16 de abril escribí un artículo en el que planteo la necesidad de diferenciar el feminismo islámico hegemónico de los no hegemónicos. En él recojo las principales críticas sobre el primero (el más mediático) y apuesto por unos feminismos islámicos no hegemónicos, en plural, partiendo de un conocimiento situado.

Para ilustrar la instrumentalización del feminismo islámico hegemónico, llevada a cabo por el poder político en Occidente, recojo una cita de la imama danesa Sherin Khankan, que comparte en una red social tras su paso por el Elíseo. Khankan afirma que “se necesita a un presidente sabio para apoyar el feminismo islámico y ver la religión como parte de la solución y no el problema”. Esta afirmación me lleva a reflexionar sobre la necesidad de ir más allá de la reivindicación concreta del feminismo islámico, para preguntarnos sobre el contexto en el que se produce y sobre los beneficios que Macron espera obtener con la visita de la imama.

Me parece justo aportar una visión más amplia del trabajo de Sherin Khankan, a través de esta breve reseña, más allá de la imagen reductora que podríamos habernos hecho como imama “títere” de los intereses de Occidente.

He coincidido con Sherin Khankan en algunas conferencias y encuentros internacionales. La primera vez que la vi fue en 2006, en Copenhague, donde se organizó un encuentro en torno a la polémica provocada por la publicación de las caricaturas del diario danés Jyllands-Posten. Pocos meses después volvimos a coincidir en Nueva York y en 2009, en Kuala Lumpur, en unas conferencias internacionales donde nos reunimos más de 350 mujeres musulmanas de todo el mundo para compartir nuestras experiencias como activistas. Khankan no es una improvisada imama o una advenediza sino que lleva años trabajando en pos de un feminismo islámico cuyo objetivo es desafiar a la vez al patriarcado interno y la islamofobia en Occidente.

El año pasado publicó un libro autobiográfico titulado La femme est l’avenir de l’Islam. Le combat d’une imame (“La mujer es el futuro del islam. El combate de una imama”) en el que repasa su trayectoria personal, profesional, política y activista. Fue en la mezquita Abu Nur de Damasco (donde pasará unos meses preparando su tesis), donde germinará la idea de fundar una mezquita para mujeres. Diecisiete años después logrará cumplir su sueño en Copenhague.

Se trata de un relato sensible, sincero, en el que comparte sus anhelos, las dificultades a las que se enfrenta, su experiencia vital “ecuménica” (es hija de un refugiado sirio musulmán y una finlandesa luterana), su amor por su familia y la importancia que tiene para ella la vía sufí.

Hay muchos aspectos de su trayectoria que tienen que ver con la mía: ambas vivimos en contextos de minoría musulmana, nos han atravesado los mismos debates (el islam y el terrorismo, el islam y la democracia, el islam y el feminismo), hemos sufrido la presión por parte de la opinión pública, que nos exigía posicionarnos en cada una de las polémicas vehiculadas por los medios de comunicación, alimentadas a su vez por los partidos políticos. En definitiva, se trata de un trabajo constante de equilibrista.

La autora explica que su lucha contra el patriarcado interno se inspira en las lecturas del Corán que han llevado a cabo mujeres como Amina Wadud, Kecia Ali, Shaheen Sardar Ali, Asma Lamrabet o Fátima Mernissi.  En cuanto a su lucha contra la islamofobia, afirma que el feminismo islámico es un instrumento eficaz para neutralizar los discursos islamófobos. Según Khankan, si las mujeres musulmanas son líderes y tienen sus propios espacios al margen de la jerarquía patriarcal, entonces el prejuicio sobre la mujer musulmana sumisa y oprimida caerá por su propio peso.

Aunque en muchas ocasiones su discurso es reactivo, la puesta en práctica de un proyecto como la mezquita Mariam para mujeres trasciende los debates sobre la “compatibilidad” en los que nos encerramos a menudo las musulmanas feministas en Occidente. En la mezquita Mariam las mujeres dirigen la salat, pronuncian la jutba, ofrecen cuidados espirituales islámicos, celebran matrimonios y ofician divorcios.

Además de las funciones sociales y espirituales de la mezquita Mariam, Khankan fundó unos años antes Exit Circle (Salir del Círculo), una ONG laica, abierta a musulmanas y no musulmanas, en la que se acompaña, escucha y asesora a mujeres víctimas de violencia física y/o psicológica. Esa experiencia previa le servirá para llevar a cabo unos cuidados espirituales en la mezquita, en los que se aúnan las técnicas de la terapia cognitiva con las enseñanzas islámicas.

El discurso de Khankan es digerible para el público no musulmán. Es un discurso conciliador, tranquilizador, moderno, a favor de la creación de puentes, ecuménico, que además se presenta como un instrumento para luchar contra la extrema derecha, los “islamistas radicales”, el terrorismo y el patriarcado interno.

Sin embargo, en su esfuerzo por presentar un islam “progresista” y “abierto” (lo que implica afirmar que hay otro “reaccionario” y “cerrado”), omite mencionar el papel que ha jugado y juega el capitalismo y la colonización en el refuerzo del patriarcado interno. El clasismo y el racismo tampoco aparecen como formas de opresión contra las mujeres musulmanas. Cuando habla de islamofobia, Khankan alude casi exclusivamente a los discursos de la extrema derecha. No concibe la islamofobia como una forma de racismo institucional, sistémico, que atraviesa todo el espectro político. Para la autora “la islamofobia de algunos políticos, la supremacía occidental o la ocupación de una parte del mundo musulmán […] no descalifica la totalidad del sistema”[1]. No se detiene en mostrar cómo el clasismo y la islamofobia repercuten negativamente en las vidas de las musulmanas en todos los ámbitos: laboral, educativo, legal. Solo se centra en las leyes ‘antihiyab’ pero no habla de las cuestiones relativas al asilo y la inmigración, por ejemplo.

A pesar de que afirma que la vía sufí que ella sigue trasciende los opuestos y las fracturas (abierto/cerrado, progresista/reaccionario, moderno/tradicional), la construcción de su discurso y los argumentos que utiliza para responder a la islamofobia, al “islamismo reformista”, al “islamismo radical” y al “yihadismo” acaban ahondando en esas visiones binarias que en principio quiere superar.

Khankan se identifica como feminista, sin embargo a lo largo de su relato no aparece ningún debate con las feministas laicas ni tampoco ninguna denuncia del femonacionalismo[2] ni del purple washing[3] (lavado de imagen púrpura), es decir, la instrumentalización de los derechos de las mujeres con fines racistas. No aparece tampoco ninguna crítica contra el patriarcado occidental, del que las musulmanas somos igualmente víctimas.

Una de las cuestiones centrales del libro es el concepto de imam(a). A nivel teórico Khankan recoge las diferentes acepciones: desde “guía espiritual” hasta “aquel que dirige la oración”. Para la autora “un imam es aquel que está al servicio de una comunidad”[4]. De ahí que  las imamas de la mezquita Mariam no solo dirijan la salat sino que ofrezcan otros servicios. La exigencia de legitimidad y la necesidad de demostrar que tienen una formación sólida produce como efecto la creación de una élite. Todas tienen una formación universitaria, hablan varios idiomas, lo que excluye a mujeres con otros bagajes y con una sabiduría tradicional. Se crea inevitablemente una jerarquía entre las que tienen una formación reglada y las que no, las que son de clase burguesa y las que no.

El libro de Sherin Khankan nos hace reflexionar sobre el islam en Occidente, el liderazgo femenino y las diferentes estrategias para combatir el patriarcado y la islamofobia. Se trata del testimonio sincero y comprometido de una imama, convencida de que “la mujer es el futuro del Islam”.

 

Notas

[1] Khankan, S. La femme est l’avenir de l’Islam. Le combat d’une imame. París, Stock, 2017. p. 227. La traducción es mía.

[2] Término acuñado por Sara Farris. Hace alusión a la apropiación del discurso de la igualdad de género por parte del Estado, para asentar su nacionalismo.

[3] Término acuñado por Brigitte Vasallo.

[4] Op. Cit. p. 146. La traducción es mía.

 

Reseña «La mujer es el futuro del islam», en PDF

Asimilar a través de las mujeres

Visión maniquea y colonial de las mujeres afganas.

Integrar, incluir, invisibilizar, silenciar, adaptar, reformar, transformar a imagen y semejanza; en definitiva, las consignas que deben seguir las personas musulmanas (una vez que caen las máscaras de los eufemismos) tienen que ver con la asimilación, según un modelo social establecido de antemano, un modelo racista, discriminatorio, injusto. Un modelo blanco, laicista beligerante, al servicio de los grandes capitales, que castiga a la comunidad musulmana, si no acepta las condiciones impuestas unilateralmente. ¡Tengamos todos muy claro quién manda! Las herramientas del chantaje son las políticas del miedo, la represión, la opresión y el racismo, que campan a sus anchas con total impunidad.

No se trata solo de la complicidad del Estado o de que haga la vista gorda, sino que son discriminaciones estructurales, por lo que es imposible combatirlas desde esa misma estructura. Un Estado que agita los miedos más primarios de la población, para aparecer después como garante de la paz social, es un Estado cínico.

Según la tesis asimilacionista, existen dos posturas antagónicas, que en realidad se refuerzan entre sí, ya que ninguna cuestiona el concepto de “integración”. Hay quienes creen que las personas musulmanas no se pueden integrar y hay quienes piensan que hay que trabajar para lograr su integración.

Para estos últimos, los “buenos musulmanes” deben trabajar con sus aliados “naturales”, esto es, con los movimientos feministas y de izquierdas, que desean su “integración”, “normalización” y “liberación del yugo de la religión/patriarcado”.

Las premisas para lograrlo pasan por que las personas musulmanas sean invisibles; no visibilicen su práctica religiosa; corten con sus raíces y con su comunidad; no hablen árabe; denuncien a los potenciales terroristas dentro de su comunidad y acepten una cosmovisión ajena al islam.

Quienes no aceptan estas exigencias, pasan a ser, evidentemente, “malos musulmanes”. Y a la inversa, se premia a los musulmanes informantes, feministas, antifascistas, y asimilados, por ser útiles para los programas de normalización o, según la jerga decolonial, para los programas de blanqueamiento.

El papel que les asignan a las musulmanas en este programa es fundamental. En el imaginario colectivo, los hombres musulmanes son violentos y las mujeres musulmanas son sumisas a las que hay que liberar. El leitmotiv feminista mayoritario es: “Os vamos a ayudar a empoderaros para que podáis dejar vuestra religión machista”.

¿Por qué las estrategias asimilacionistas se centran especialmente en las mujeres? Porque para el feminismo institucional, hablar en nombre de todas supone obtener unos beneficios políticos. Desde esas estrategias racistas, se concibe a las mujeres musulmanas como seres más influenciables pero a la vez paradójicamente pueden influir en su comunidad ya que desempeñan el papel de educadoras y son, además,  necesarias como modelos “positivos”.

En ese contexto, el uso del hiyab se convierte en muchos casos en una forma de resistencia. Cómo es que si son sumisas e influenciables, no quieren desvelarse, a pesar de que disponen de un marco legal y de un discurso machacón que no solo lo posibilita sino que lo alienta. Lo que le molesta al feminismo institucional no es el hiyab en sí, sino el rechazo de las musulmanas hacia uno de los pilares básicos de los programas de normalización, esto es, el desvelamiento. Para ciertas feministas, es menos ofensivo pensar que es porque a las pobres ignorantes les han lavado el cerebro que aceptar que les digan a la cara “no me da la gana de que me utilices”.

Por otro lado, en las recientes manifestaciones públicas post 17A, se han hecho virales unas imágenes de mujeres musulmanas con hiyab, que se han enfrentado a los terroristas y a los fascistas. Sin embargo, es necesario estar alerta sobre la instrumentalización y apropiación de ciertas figuras que se han hecho mediáticas, ocultando de esta forma la islamofobia y el racismo que atraviesa todo el espectro político, incluida la izquierda, y no únicamente el fascismo y el terrorismo.

Tal y como escribí en un artículo anterior:  “entre las izquierdas y los feminismos más inclusivos, hay sectores que piensan que, en un contexto de mayoría musulmana, es hasta cierto punto lógico que se utilice un feminismo “religioso” como estrategia, debido al poco margen de maniobra del que disponen las mujeres y, en todo caso, piensan, como afirma el filósofo Santiago Alba Rico, que “han de superar el islam desde el interior del islam” o, más concretamente, que “liberar a la mujer desde el islam puede ayudar inesperadamente a liberarse también del islam”[1]. Sin embargo, no lo ven pertinente en un contexto “laico” como el europeo, ya que ya están “liberadas” del islam”. En ese empeño por emancipar y normalizar a la comunidad musulmana hay un objetivo claro: “lo deseable es que lleguen a ser como nosotros”, aunque ese proceso les lleve su tiempo.

La estrategia pseudofeminista según la cual el “islam español (o europeo, o catalán) pasará por las mujeres” o, dicho de otra manera, la asimilación se llevará a cabo a través de las mujeres, invisibiliza el hecho de que el feminismo “liberador” está alimentando la islamofobia. En este contexto de discriminación y de estigmatización de la comunidad musulmana, cualquier denuncia de las opresiones por parte de las mujeres musulmanas está instrumentalizada con fines racistas.

[1] Andújar, N. « Per un feminisme islàmic ». El Crític, 22 de agosto de 2017 https://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2017/08/07/per-un-feminisme-islamic/

La gestión de la diversidad cultural y religiosa. Claves de cara al futuro

ikuspegiResumen de la ponencia presentada el 18 de noviembre de 2016 en las Jornadas  sobre inmigración en el El País Vasco, organizadas por Ikuspegi, Observatorio Vasco de Inmigración

La diversidad cultural y religiosa es una cuestión poliédrica que no puede ser abordada únicamente desde el punto de vista de la inmigración y los flujos, más o menos constantes, que ha habido a lo largo de la historia reciente del Estado español. En general, hemos identificado  los retos que nos plantea la acogida de nuevos ciudadanos, desde un punto de vista simplista y casi exclusivamente desde la preocupación por la seguridad ciudadana, obviando que estos nuevos (o no tan nuevos) ciudadanos deben sentirse seguros para formar parte de la sociedad, no solo desde un punto de vista económico, sino en un sentido amplio, mediante el respeto de la dignidad humana.

Los trillados debates en torno al relativismo cultural versus multiculturalismo, las identidades fijas versus identidades múltiples, o el falso dilema entre la lucha antisexista y la lucha antirracista, cada vez son más enconados y no resuelven las cuestiones de fondo: la imposición de unas políticas migratorias que atentan contra los derechos humanos, el hecho de que las personas inmigrantes no pueden votar pero tienen que pagar los impuestos, el prejuicio que identifica sistemáticamente a alguien que no profesa la religión católica con una persona inmigrante, etc.

Los distintos informes tanto a nivel europeo como nacional, indican que hay una crisis de valores en Europa cuya principal consecuencia es el aumento de los delitos de odio. En 2015, el primer delito de odio en el Estado español fue la islamofobia, que registraba el 40% de los casos. La Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia recogió 278 casos de islamofobia, distribuidos en los porcentajes siguientes: 5,3% fueron agresiones contra personas, 5,3% de vandalismo contra mezquitas, más el 4% de incidentes contra la construcción o apertura de mezquitas, el 19,4% fueron actos contra las mujeres por su indumentaria (hiyab: pañuelo que cubre el cabello), 21,8% de CiberOdio, 3,4% contra refugiados, 3,4% instrumentalización negativa del Islam y los musulmanes durante las campañas electorales.

Las principales conclusiones del informe son:

  • Islamofobia de género: Se consolida el incremento de la islamofobia de género, 59 incidentes que como mínimo han afectado a más de 199 mujeres.
  • Ciberodio: Se constata gran proliferación de mensajes islamófobos en Internet, particularmente en las redes sociales.
  • Discurso de odio: Continúa el aumento del odio islamófobo en el discurso institucional de partidos políticos y otras organizaciones.
  • Aparecen casos de islamofobia contra menores, incluidas las agresiones y el acoso escolar por causas religiosas contra alumnos musulmanes.
  • Otra nueva tendencia ha sido la islamofobia derivada de la crisis humanitaria y la posibilidad de la llegada de refugiados.

Por otro lado, es necesario llevar a cabo una evaluación del modelo de inclusión actual español, en el que hay que incluir una reflexión sobre el bloqueo del acuerdo de Cooperación de 1992, entre el Estado y las confesiones minoritarias. En lo que concierne a la comunidad musulmana, la no aplicación práctica de este acuerdo, ya sea por el desconocimiento de las distintas administraciones públicas, la falta de financiación, el “baile” de competencias o la constante falta de consenso entre los interlocutores con el Estado, ha puesto de manifiesto la falta de voluntad política.

El Acuerdo de Cooperación fue en un principio positivo, ya que suponía el reconocimiento de unos derechos frente a los privilegios de la Iglesia católica. Sin embargo, a largo plazo ha sido contraproducente ya que ha encerrado a la ciudadanía en un juego identitario que no solo no ha favorecido la inclusión sino que ha reforzado un sistema piramidal no democrático. Son las propias administraciones públicas las que han alimentado el discurso identitario-religioso al reconocer únicamente a aquellas entidades registradas en el registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia.

Las claves de cara al futuro pasan por:

  • Disponer de un marco legal que respete los derechos humanos y no criminalice a las personas inmigrantes. Entre otras medidas inmediatas, es necesario que se cierren los CIEs.
  • Romper el Acuerdo de Cooperación y trabajar desde un marco legal superior, como es el de la Constitución española, con un desarrollo específico de la Ley de Libertad Religiosa.
  • Abogar por un modelo inclusivo en el que el colectivo inmigrante no sea utilizado como arma política según los distintos intereses partidistas.
  • Entender que no hay ningún dilema entre la lucha contra el machismo y la lucha contra el racismo.