La asimilación no es el camino

Manifestación contra el racismo institucional MANU NAVARRO

Son las doce de la noche. Alterno la lectura del libro “La alteridad domesticada”, de la socióloga Belén Fernández, con los comentarios en Twitter (X). Hay uno que me llama la atención en estos momentos. Se trata de la denuncia pública que hace Sukaina Fares aka “La voz de la infiel” contra el acoso que están recibiendo ella y sus compañeras activistas en las redes sociales, por posicionarse contra el genocidio y la ocupación israelí. No conozco de nada a Sukaina. Lo único que sé de ella es lo que aparece en los medios de comunicación en los que le dan un espacio importante para hablar de su recorrido personal, como atea de familia musulmana, y de su activismo, centrado en ayudar a las jóvenes descendientes de la migración marroquí a que se emancipen de su entorno religioso, por considerarlo machista y opresor.

Las diferencias entre la corriente feminista de origen norteafricano que ella encarna,  que bebe del feminismo blanco ilustrado e incorpora las tesis culturalistas, y el antirracismo político de un sector del colectivo musulmán en el que me sitúo, son notables.

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«Ser proderechos no obliga a nadie a llevar hiyab»

El colectivo feminista «Las Hijabeuses» en la marcha contra la violencia de género en París (19/11/2022). Imagen: Alliance Citoyenne

En Francia, la primera polémica sobre el hiyab surgió en 1989 con los “velos de Creil” cuando un colegio de Creil expulsó a tres alumnas. Ese caso dio pie a debates interminables en los medios de comunicación sobre el concepto de laicidad, la compatibilidad del islam con la República, la pertenencia religiosa y cultural, que desembocaron en unas medidas cada vez más intolerantes. Se pasó del “caso a caso” a la distinción entre “los signos discretos” y “los signos ostensibles”.

En 2003, la comisión Stasi, creada por Jacques Chirac, llevó a cabo un estudio en el que no tuvo en cuenta a las mujeres musulmanas. Los “especialistas” y políticos decidían sobre sus cuerpos sin ellas. Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

Finalmente, en 2004 se aprobó la ley que prohibió “el uso de signos religiosos ostensibles en las escuelas, colegios e institutos públicos”. Además, al incluir en la ley el criterio de la intención de los alumnos, vemos claramente el riesgo de una extensión interminable de la lista de posibles signos de filiación religiosa, como pasa actualmente con las polémicas sobre el uso de faldas o vestidos anchos.

Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

En 2011, se aprobó la ley contra el “velo integral” que provocó otra oleada de debates sobre una cuestión residual en Francia, que ya contaba con un marco legal para los casos puntuales de identificación en los espacios públicos sin necesidad de aprobar una ley que estigmatizara a los musulmanes.  

Estas leyes prohibicionistas han tenido un impacto muy negativo para las mujeres musulmanas (no solo las alumnas) y, por extensión, para todo el colectivo musulmán: islamofobia en el ámbito laboral, rechazo de que las madres acompañen al alumnado en las actividades escolares, prohibición de que las mujeres se bañen con trajes de neopreno en las piscinas municipales, expulsión y acoso en las universidades, presión para retirar el hiyab en los ayuntamientos, etc. La administración hace la vista gorda sobre los abusos, lo que provoca que se acaben normalizando. La situación ha ido empeorando hasta la culminación de la ley más islamófoba de Europa, la ley contra “el separatismo religioso”, en la que la relación causa-efecto aparece invertida. Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

¿Qué dijeron sobre todo esto las feministas? El feminismo iustrado, universalista apoyó la ley y adoptó una lectura esencialista del hiyab: “en toda circunstancia, en todo lugar y todo momento, el hiyab oprime porque es un símbolo del patriarcado”. El feminismo inclusivo guardó un silencio incómodo, en general, menos la histórica Christine Delphy, feminista atea y materialista. Su peso como referente histórico (fue cofundadora de la revista “Nouvelles Questions Féministes” junto a Simone de Beauvoir) no fue suficiente. El apoyo a la ley por parte del feminismo prohibicionista tuvo que ver, por una parte, con su propio vacío programático, que suplió con las polémicas del hiyab como excusa para renovar una lucha trasnochada y para seguir manteniendo el monopolio discursivo; y, por otro, con su mirada paternalista-racista de las mujeres musulmanas. Todo ello, lejos de mejorar las condiciones de vida de las mujeres musulmanas, las ha empeorado. Lo que no pueden aceptar las prohibicionistas es que aún teniendo todo el aparato legislativo de su parte, las instituciones, la financiación, la enseñanza, los medios de comunicación, no consiguen doblegar la voluntad de las mujeres musulmanas de seguir llevando hiyab como acto de resistencia.  

Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

Lo que está pasando actualmente en el Estado español, en torno al debate sobre el hiyab, tiene un aire de familia precomisión Stasi. Debemos tener en cuenta todas las cuestiones anteriores, no hacer lecturas esencialistas ni comprar los discursos neoliberales de “me lo pongo y me lo quito porque lo decido yo” y estar alerta sobre los peligros del femonacionalismo. En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber. No hay libertad sin justicia.

En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber.

Debemos huir de los debates teológicos y moralizantes y centrarnos en la exigencia de derechos. El hecho de defenderlos no significa que se obligue a nadie a llevar hiyab, sino que se trata de tener el control sobre nuestros cuerpos, en un entorno institucional y socialmente hostil. Y eso lo sabe (o debería saberlo) el feminismo inclusivo.  

“Me quito el velo” o la lógica neoliberal de los discursos del sufrimiento

La decisión de una rapera famosa respecto al velo invita a reflexionar sobre qué implican este tipo de confesiones públicas, tanto en los debates feministas como en los antirracistas

MS SAFFAA

“Esto no es un debate, solo es un comunicado […]. He decidido quitarme el velo”. Así empieza el último vídeo de la rapera e influencer Imane Raissali, conocida como Miss Raisa, que cuenta con cerca de 700.000 vistas en TikTok. Efectivamente, el hecho de que una mujer decida cubrirse o no, no debería ser motivo de debate. Sin embargo, más allá de la decisión personal, el análisis del discurso utilizado puede ayudarnos a reflexionar sobre lo que está en juego con este tipo de confesiones públicas, tanto en los debates feministas como en los antirracistas»…

Artículo completo en la web de El Salto

Del feminismo islámico a los discursos progresistas: transformaciones y límites en el contexto europeo

Hace cuatro años, escribí un artículo, “Por unos feminismos islámicos no hegemónicos”, en el que identificaba algunos de los principales aspectos problemáticos de este incipiente movimiento que, en Europa, empezó a emerger a principios de los años 2000, y culminó con la organización de diferentes congresos internacionales, pero que definitivamente no terminó de cuajar, en un contexto de auge de la extrema derecha y de racismo institucional, al no dar respuesta a las prioridades de las mujeres musulmanas.

Con el paso del tiempo, las posiciones de los musulmanes autodenominados “progresistas”, que abogan por un islam “español”, “democrático”, a favor de la “ciudadanía” y la “igualdad de género”, que podríamos incluir dentro del paraguas del “feminismo islámico”, son utilizadas para alimentar las tesis racistas, al presentarse como lo opuesto a una visión del islam como “retrógrado”, “foráneo”, “antidemocrático” y “patriarcal”. Es decir, alimentan un binarismo simplista que redunda en los principales estereotipos que se vehiculan contra las personas musulmanas. En un contexto europeo de control y vigilancia de los musulmanes, estos sectores “progresistas” aparecen como la coartada perfecta para llevar a cabo medidas racistas y represivas contra los colectivos musulmanes. Quieren influir en el culto musulmán, en nombre de su “protección” y “emancipación”, y demandan espacios privilegiados de interlocución. Por otro lado, estas prioridades convergen con las políticas de domesticación que ejerce el Estado sobre la población musulmana y neutralizan cualquier visión crítica e independiente, tanto sobre la gestión del islam como sobre la vulneración de los derechos civiles. Las voces “progresistas” son acomodaticias, no critican el sistema, no se enfrentan a los dispositivos racistas. De ahí que estén legitimadas por los medios de comunicación y los medios políticos dominantes.

Por otro lado, los musulmanes autodenominados “progresistas” no utilizan el apelativo “feminismo islámico”, ni en singular, ni en plural, ya que, actualmente, es un movimiento inexistente en el contexto europeo, a pesar de que algunas voces “autorizadas” islamófobas sí lo utilicen en los medios de comunicación para validar la fabricación de un enemigo interior. Los principales motivos de su desaparición en Europa o, para algunos, su transformación, son el hecho de que, en sus inicios, fue teorizado y liderado por hombres; por su incapacidad para mejorar la situación real de las mujeres musulmanas, al establecer debates excesivamente teóricos. También se debe a la invisibilización de la islamofobia como discriminación estructural y al hecho de no tener en cuenta la complejidad de factores que intervienen en las discriminaciones contra las mujeres musulmanas, más allá de una visión atomizada y simplista de una “mala” lectura de los textos religiosos.

¿Eso significa que los musulmanes no debemos llevar a cabo debates internos, que no nos atraviesan las discriminaciones de género y que toda práctica comunitaria debe ser aceptada sin ser autocríticos? Es evidente que no debemos dejar de serlo. Sin embargo, somos los musulmanes quienes debemos marcar las prioridades, las estrategias, los enfoques y la agenda sobre lo que nos concierne y no deben imponerse desde arriba. Debemos aspirar a ser un colectivo políticamente maduro, que luche por nuestros derechos fundamentales. Debemos respetar la diversidad interna y, a la vez, denunciar las estrategias de fragmentación (que enfrentan a los “buenos” y “malos” musulmanes), ya que obstaculizan nuestra organización colectiva. Solo con una conciencia fuerte de grupo, organizados políticamente, podremos tejer alianzas con otros colectivos discriminados para que nuestras exigencias de justicia y no discriminación se traduzcan en una mejora real de nuestras condiciones de vida.

Mujeres musulmanas en el punto de mira (una vez más)

Por Ángeles Ramírez, Noha el Haddad, Natalia Andújar

Fuente: eldiario.es

En estas últimas semanas, dos hechos han vuelto a colocar el pañuelo musulmán en el foco de la actualidad mediática. El primero es la retirada de la campaña del Consejo de Europa Beauty is in diversity as Freedom is in hijab, para promover la movilización de la juventud contra el racismo. Se mostraba un vídeo en el que mujeres jóvenes aparecían primero sin pañuelo y después con él, aunque solo cubría la mitad de su rostro, en fotogramas divididos y luego fusionados. Se acompañaba de otras fotos en las que mujeres con hiyab explicaban en unas líneas su elección y significado. El gobierno francés reaccionó muy fuertemente en contra de esta campaña, a la que acusaba de promover el uso del hiyab, consiguiendo que fuera retirada. En este asunto, las posiciones del gobierno, de ciertos senadores socialistas y de la extrema derecha, fueron coincidentes. Las posiciones más radicales hablaron de blanqueamiento del hiyab.

El otro hecho es más reciente y local. Se trata de la reunión de mujeres líderes en política a la que acudieron Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra, Yolanda Díaz y Fátima Hamed en Valencia a mediados de noviembre. El pañuelo de esta última se convirtió en objeto de discusión y crítica no solo en las redes, sino en diferentes medios. Esto es una malísima noticia. De entrada, al poner el foco en su pañuelo, se ignora por completo el peso de su actividad política en Ceuta, donde es diputada y donde planta cara cotidianamente a la extrema derecha. Hamed ha conseguido, por ejemplo, que la Asamblea de Ceuta declare persona non grata a Abascal, por insultar a la población musulmana ceutí en su visita a la ciudad durante la crisis migratoria de la primavera de 2021. Pero su lucha contra la impunidad del discurso de odio y contra la extrema derecha, parece reducirse a su pañuelo en todo este revuelo.  

De manera mucho más explícita que cuando se comentaba la vestimenta de las ministras, la apariencia de Hamed ha sido tema de debate de manera sistemática en estos días desde puntos aparentemente dispersos por el espectro político. Como feministas, no hemos podido evitar el enfado y la impotencia por cómo se manoseaba su imagen. En ocasiones, la crítica ha venido de algunas voces que comienzan a ocupar espacio mediático en España con posiciones contra el derecho a llevar pañuelo, que encuentran eco no solo en medios conservadores o de centro-derecha, sino también de izquierdas, lo cual merecería una reflexión. Algunas de estas son de origen musulmán. Sus comentarios presentan varios lugares comunes, con conclusiones bastante obvias:

1. Se argumenta la parte por el todo. Es el caso de opiniones provenientes de personas de origen musulmán con experiencias de opresión, que las generalizan a todas las mujeres musulmanas, como ya pasó antes en Holanda con la ex diputada conservadora Ayaan Hirsi Ali. Pero lógicamente, las vidas de más de mil millones de mujeres musulmanas son diversas por definición y no se puede hacer la misma interpretación para todas. Cierto es que hay vidas precarias para las que el islam puede ser utilizado como un instrumento de subyugación de las mujeres, pero –y lo subrayamos– obviamente no es en absoluto la norma. 

2. En esta misma línea, pretender que el pañuelo es un símbolo del integrismo, es una falacia. En ciertos casos, puede estar asociado a vivencias rigoristas del islam, pero no en la inmensa mayoría. Convertir en integristas a millones de personas a partir de una frase tramposa puede tener eco mediático, pero no contribuye a luchar contra el racismo ni el patriarcado. Como cualquier otra mujer, las musulmanas –con pañuelo o sin pañuelo– lidian con diversas condiciones de vida. Muchas sufren opresión y han de buscar herramientas para salir adelante; otras disponen de recursos y de redes para llevar una buena vida, e incluso luchar por las demás. Y sí, muchas también se identifican como feministas ¿Dónde está realmente el problema? En que toda la diversidad queda reducida a un pañuelo que como la capa del rey Midas, convierte a las mujeres que lo llevan en víctimas pasivas y llorosas o en fanáticas religiosas, cancelando su presencia pública y haciéndolas objeto de escarnio, como acaba de suceder con la diputada ceutí. 

3. Si efectivamente, para algunas mujeres musulmanas, el pañuelo es una imposición que refuerza el sojuzgamiento y la opresión, obviamente no lo es para todas. Hay países de mayorías musulmanas en los que se obliga a las mujeres a llevar pañuelo, como Arabia Saudí o Irán; hay otros en los que se las fuerza a quitárselo, como Francia o Bélgica. En Europa, en la mayoría de los casos, es producto de una decisión y no de la subordinación. Por poner otro ejemplo: del hecho de que la pareja conyugal pueda ser una cárcel patriarcal, no se concluye que todas las mujeres en pareja sean un juguete roto en manos del patriarcado. En este sentido, es legítimo que muchas mujeres se nieguen a tener pareja, como una forma de lucha contra la dominación masculina, como también lo es que muchas mujeres de origen musulmán renieguen del pañuelo. Lo que desde luego no lo es, es este ejercicio continuo de denigración contra las mujeres que llevan pañuelo, rayano en el discurso de odio.

4. Se dijo que la aparición de Fátima Hamed en las fotos, legitimaba el pañuelo. Esta afirmación parece presuponer que el hiyab no es legítimo, pero ¿sobre qué base hay ropa legítima e ilegítima para las mujeres? ¿Quién y por qué se arroga el derecho de opinar sobre el cuerpo de Fátima Hamed? 

El hecho de que algunas de estas posiciones anti-derechos sean de origen musulmán, les confiere una apariencia de legitimidad que puede inhibir la réplica, alzándolas como una especie de «voz autorizada» que representa a todas las mujeres musulmanas. Desgraciadamente, no hay demasiadas reacciones públicas en contra, ni por parte de otras musulmanas pro-derechos –lleven o no hiyab– ni de fuera de las comunidades. Las razones son diversas. Entre otras, por un reducido espacio en los medios para las posiciones pro-derechos, que no son tan mediáticas como la reivindicación de arrancar el pañuelo a las mujeres musulmanas. El ambiente de islamofobia creciente, con discriminaciones manifiestas, detenciones arbitrarias a representantes religiosos o críticas feroces a las mujeres con pañuelo, no ayuda a hacer visible un discurso que contrarreste el anti-derechos, que reproduce exactamente lo que denuncia: anula a las mujeres con pañuelo y las aparta de la vida pública, en una lógica circular de victimismo, resentimiento y cancelación. Con un añadido, y es que la pretensión no es ilegitimarlas, sino ilegalizarlas, como de hecho está pasando ya en algunos institutos de secundaria del Estado con las chicas que llevan pañuelo, que son apartadas de forma subrepticia de la educación pública.

En suma, todos estos discursos, en los que convergen las posiciones de las derechas –incluida la extrema– con un cierto sector de la izquierda y del feminismo, contribuyen a redoblar la presión social sobre las mujeres que llevan pañuelo en España, blanqueando el racismo anti-musulmán. 

En esto, desgraciadamente, España se va pareciendo cada vez más a Francia. Sin embargo, aún hay un hermoso camino por recorrer desde un feminismo antirracista e inclusivo que nos indica que aún estamos a tiempo de pararlo.

“En Europa la presión social y legal se ejerce para que las musulmanas se quiten el hiyab”

La belleza está en la diversidad. Campaña del Consejo de Europa.

La reciente campaña del Consejo de Europa respecto al uso del hiyab plantea una serie de errores no solo estratégicos sino de fondo, ya que pone el foco en la libertad individual de las mujeres para llevarlo. Las reacciones no se han hecho esperar. Quienes presentan el “desvelamiento” como un símbolo de la libertad de las mujeres musulmanas se apropian del concepto de libertad y lo manipulan al no tener en cuenta el contexto concreto en el que se produce: en Europa y hacia un colectivo oprimido. La presión social y legal se ejerce para que las musulmanas se quiten el hiyab: para encontrar o mantener un trabajo, para evitar la estigmatización y la violencia, para poder estudiar en un centro público.

La campaña plantea, además, un error de fondo porque reduce el uso del hiyab a una cuestión de libertades individuales. De esta manera, oculta que los discursos de odio se amparan en un racismo estructural e invisibiliza los mecanismos de opresión y de discriminación contra las mujeres musulmanas. Si el Consejo de Europa quiere denunciar los discursos de odio, debería ir a la raíz del problema. Esos discursos se alimentan y encuentran un marco legal que los legitima mediante leyes que discriminan a las personas musulmanas, mediante los discursos racistas de los partidos políticos con fines electoralistas, y las políticas securitarias y de control de los Estados europeos. Dicho esto, es ingenuo creer que el Consejo de Europa estaría dispuesto a tirarles de las orejas a los Estados miembro con campañas en las que se visibilizaran las violencias que se ejercen contra las mujeres musulmanas, las estructuras que producen esas violencias y las resistencias contra esas mismas violencias.

Por otra parte, debemos preguntarnos por qué Francia ha exigido que se retire esta campaña y cuál es el contexto en el que lo hace. Francia está en plena campaña electoral, en un contexto europeo de derechización de todo el espectro político y en el que un posible candidato de extrema derecha, Eric Zemmour, está siendo impulsado (de manera directa o indirecta) por la mayoría de los medios de comunicación y cuya ascensión también puede beneficiar a Emmanuel Macron (como ya pasara en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 entre Jacques Chirac, que obtuvo el 82% de los votos y Jean-Marie Lepen, el 18%). Francia es el Estado que ha abanderado la lucha contra el hiyab, en nombre de “la libertad de las mujeres” y ha aprobado una serie de leyes “contra el separatismo” que discriminan a los musulmanes, cuyo objetivo no es otro que mantener el control sobre las personas musulmanas mediante el cierre de mezquitas, la prohibición del uso del hiyab en diferentes contextos, el cierre de asociaciones, la difamación contra líderes religiosos, de activistas musulmanes. En nombre de la libertad, legisla sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas. ¿Cuál es la posición que han adoptado los diferentes feminismos ante esta evidente contradicción? La mayoría han apoyado estas leyes discriminatorias. Según Stella Magliani-Belkacem, la aprobación de la ley de 2004, que prohíbe el uso del hiyab en los centros públicos de enseñanza, fue posible debido a un vacío programático del feminismo.

Otro factor que explica la aprobación de leyes racistas es la instrumentalización del feminismo, llevada a cabo principalmente por los partidos políticos, cuyo objetivo es apoyar las guerras de los neoconservadores en nombre de “la liberación” de las mujeres musulmanas, endurecer el derecho de asilo y la ley de Extranjería y fomentar la inmigración femenina, para que se ocupe de los cuidados y de los campos, pero sin sus prácticas y sus valores. Saba Mahmood y Charles Hirschkind denunciaron el doble rasero de las feministas norteamericanas hegemónicas, que alzaron la voz contra los talibanes y aplaudieron la guerra contra “el terror” llevada a cabo por el gobierno de EEUU en Afganistán pero que callaron sobre el embargo norteamericano y las consecuencias de la guerra, que provocaron más muertes de niños y mujeres que en toda la era talibán.

Volviendo al contexto actual en Francia, Eric Zemmour el candidato/polemista (todavía no oficial) de extrema derecha ha afirmado recientemente, entre otras cosas, que no será el presidente de mujeres con hiyab, esto es, que promoverá leyes para prohibirlo, y ha aparecido en CNews (un medio de comunicación de extrema derecha) conminando a una mujer con hiyab a que se lo quitara “en nombre de la libertad”. Eric Zemmour ha sido condenado en varias ocasiones por sus discursos de odio, defiende posturas misóginas y, en cambio, se presenta en la campaña electoral como el defensor de las mujeres, y exige que las musulmanas se desvelen en nombre de la libertad.

Algo similar ocurre con la extrema derecha en España, que emula estos discursos y estrategias, pero también con algunos sectores de la izquierda y de cierto feminismo, cuyos intereses coinciden con el poder racial. Es importante no perder de vista que el femonacionalismo es un instrumento al servicio del control y de la represión de las personas musulmanas. Por lo tanto, obligar a que se desvelen no puede ser entendido como un símbolo de libertad. Al contrario, se trata de que las musulmanas pasen a estar tuteladas por el Estado, con todo lo que ello implica.

Reseña de “La mujer es el futuro del Islam”

El pasado 16 de abril escribí un artículo en el que planteo la necesidad de diferenciar el feminismo islámico hegemónico de los no hegemónicos. En él recojo las principales críticas sobre el primero (el más mediático) y apuesto por unos feminismos islámicos no hegemónicos, en plural, partiendo de un conocimiento situado.

Para ilustrar la instrumentalización del feminismo islámico hegemónico, llevada a cabo por el poder político en Occidente, recojo una cita de la imama danesa Sherin Khankan, que comparte en una red social tras su paso por el Elíseo. Khankan afirma que “se necesita a un presidente sabio para apoyar el feminismo islámico y ver la religión como parte de la solución y no el problema”. Esta afirmación me lleva a reflexionar sobre la necesidad de ir más allá de la reivindicación concreta del feminismo islámico, para preguntarnos sobre el contexto en el que se produce y sobre los beneficios que Macron espera obtener con la visita de la imama.

Me parece justo aportar una visión más amplia del trabajo de Sherin Khankan, a través de esta breve reseña, más allá de la imagen reductora que podríamos habernos hecho como imama “títere” de los intereses de Occidente.

He coincidido con Sherin Khankan en algunas conferencias y encuentros internacionales. La primera vez que la vi fue en 2006, en Copenhague, donde se organizó un encuentro en torno a la polémica provocada por la publicación de las caricaturas del diario danés Jyllands-Posten. Pocos meses después volvimos a coincidir en Nueva York y en 2009, en Kuala Lumpur, en unas conferencias internacionales donde nos reunimos más de 350 mujeres musulmanas de todo el mundo para compartir nuestras experiencias como activistas. Khankan no es una improvisada imama o una advenediza sino que lleva años trabajando en pos de un feminismo islámico cuyo objetivo es desafiar a la vez al patriarcado interno y la islamofobia en Occidente.

El año pasado publicó un libro autobiográfico titulado La femme est l’avenir de l’Islam. Le combat d’une imame (“La mujer es el futuro del islam. El combate de una imama”) en el que repasa su trayectoria personal, profesional, política y activista. Fue en la mezquita Abu Nur de Damasco (donde pasará unos meses preparando su tesis), donde germinará la idea de fundar una mezquita para mujeres. Diecisiete años después logrará cumplir su sueño en Copenhague.

Se trata de un relato sensible, sincero, en el que comparte sus anhelos, las dificultades a las que se enfrenta, su experiencia vital “ecuménica” (es hija de un refugiado sirio musulmán y una finlandesa luterana), su amor por su familia y la importancia que tiene para ella la vía sufí.

Hay muchos aspectos de su trayectoria que tienen que ver con la mía: ambas vivimos en contextos de minoría musulmana, nos han atravesado los mismos debates (el islam y el terrorismo, el islam y la democracia, el islam y el feminismo), hemos sufrido la presión por parte de la opinión pública, que nos exigía posicionarnos en cada una de las polémicas vehiculadas por los medios de comunicación, alimentadas a su vez por los partidos políticos. En definitiva, se trata de un trabajo constante de equilibrista.

La autora explica que su lucha contra el patriarcado interno se inspira en las lecturas del Corán que han llevado a cabo mujeres como Amina Wadud, Kecia Ali, Shaheen Sardar Ali, Asma Lamrabet o Fátima Mernissi.  En cuanto a su lucha contra la islamofobia, afirma que el feminismo islámico es un instrumento eficaz para neutralizar los discursos islamófobos. Según Khankan, si las mujeres musulmanas son líderes y tienen sus propios espacios al margen de la jerarquía patriarcal, entonces el prejuicio sobre la mujer musulmana sumisa y oprimida caerá por su propio peso.

Aunque en muchas ocasiones su discurso es reactivo, la puesta en práctica de un proyecto como la mezquita Mariam para mujeres trasciende los debates sobre la “compatibilidad” en los que nos encerramos a menudo las musulmanas feministas en Occidente. En la mezquita Mariam las mujeres dirigen la salat, pronuncian la jutba, ofrecen cuidados espirituales islámicos, celebran matrimonios y ofician divorcios.

Además de las funciones sociales y espirituales de la mezquita Mariam, Khankan fundó unos años antes Exit Circle (Salir del Círculo), una ONG laica, abierta a musulmanas y no musulmanas, en la que se acompaña, escucha y asesora a mujeres víctimas de violencia física y/o psicológica. Esa experiencia previa le servirá para llevar a cabo unos cuidados espirituales en la mezquita, en los que se aúnan las técnicas de la terapia cognitiva con las enseñanzas islámicas.

El discurso de Khankan es digerible para el público no musulmán. Es un discurso conciliador, tranquilizador, moderno, a favor de la creación de puentes, ecuménico, que además se presenta como un instrumento para luchar contra la extrema derecha, los “islamistas radicales”, el terrorismo y el patriarcado interno.

Sin embargo, en su esfuerzo por presentar un islam “progresista” y “abierto” (lo que implica afirmar que hay otro “reaccionario” y “cerrado”), omite mencionar el papel que ha jugado y juega el capitalismo y la colonización en el refuerzo del patriarcado interno. El clasismo y el racismo tampoco aparecen como formas de opresión contra las mujeres musulmanas. Cuando habla de islamofobia, Khankan alude casi exclusivamente a los discursos de la extrema derecha. No concibe la islamofobia como una forma de racismo institucional, sistémico, que atraviesa todo el espectro político. Para la autora “la islamofobia de algunos políticos, la supremacía occidental o la ocupación de una parte del mundo musulmán […] no descalifica la totalidad del sistema”[1]. No se detiene en mostrar cómo el clasismo y la islamofobia repercuten negativamente en las vidas de las musulmanas en todos los ámbitos: laboral, educativo, legal. Solo se centra en las leyes ‘antihiyab’ pero no habla de las cuestiones relativas al asilo y la inmigración, por ejemplo.

A pesar de que afirma que la vía sufí que ella sigue trasciende los opuestos y las fracturas (abierto/cerrado, progresista/reaccionario, moderno/tradicional), la construcción de su discurso y los argumentos que utiliza para responder a la islamofobia, al “islamismo reformista”, al “islamismo radical” y al “yihadismo” acaban ahondando en esas visiones binarias que en principio quiere superar.

Khankan se identifica como feminista, sin embargo a lo largo de su relato no aparece ningún debate con las feministas laicas ni tampoco ninguna denuncia del femonacionalismo[2] ni del purple washing[3] (lavado de imagen púrpura), es decir, la instrumentalización de los derechos de las mujeres con fines racistas. No aparece tampoco ninguna crítica contra el patriarcado occidental, del que las musulmanas somos igualmente víctimas.

Una de las cuestiones centrales del libro es el concepto de imam(a). A nivel teórico Khankan recoge las diferentes acepciones: desde “guía espiritual” hasta “aquel que dirige la oración”. Para la autora “un imam es aquel que está al servicio de una comunidad”[4]. De ahí que  las imamas de la mezquita Mariam no solo dirijan la salat sino que ofrezcan otros servicios. La exigencia de legitimidad y la necesidad de demostrar que tienen una formación sólida produce como efecto la creación de una élite. Todas tienen una formación universitaria, hablan varios idiomas, lo que excluye a mujeres con otros bagajes y con una sabiduría tradicional. Se crea inevitablemente una jerarquía entre las que tienen una formación reglada y las que no, las que son de clase burguesa y las que no.

El libro de Sherin Khankan nos hace reflexionar sobre el islam en Occidente, el liderazgo femenino y las diferentes estrategias para combatir el patriarcado y la islamofobia. Se trata del testimonio sincero y comprometido de una imama, convencida de que “la mujer es el futuro del Islam”.

 

Notas

[1] Khankan, S. La femme est l’avenir de l’Islam. Le combat d’une imame. París, Stock, 2017. p. 227. La traducción es mía.

[2] Término acuñado por Sara Farris. Hace alusión a la apropiación del discurso de la igualdad de género por parte del Estado, para asentar su nacionalismo.

[3] Término acuñado por Brigitte Vasallo.

[4] Op. Cit. p. 146. La traducción es mía.

 

Reseña «La mujer es el futuro del islam», en PDF

Asimilar a través de las mujeres

Visión maniquea y colonial de las mujeres afganas.

Integrar, incluir, invisibilizar, silenciar, adaptar, reformar, transformar a imagen y semejanza; en definitiva, las consignas que deben seguir las personas musulmanas (una vez que caen las máscaras de los eufemismos) tienen que ver con la asimilación, según un modelo social establecido de antemano, un modelo racista, discriminatorio, injusto. Un modelo blanco, laicista beligerante, al servicio de los grandes capitales, que castiga a la comunidad musulmana, si no acepta las condiciones impuestas unilateralmente. ¡Tengamos todos muy claro quién manda! Las herramientas del chantaje son las políticas del miedo, la represión, la opresión y el racismo, que campan a sus anchas con total impunidad.

No se trata solo de la complicidad del Estado o de que haga la vista gorda, sino que son discriminaciones estructurales, por lo que es imposible combatirlas desde esa misma estructura. Un Estado que agita los miedos más primarios de la población, para aparecer después como garante de la paz social, es un Estado cínico.

Según la tesis asimilacionista, existen dos posturas antagónicas, que en realidad se refuerzan entre sí, ya que ninguna cuestiona el concepto de “integración”. Hay quienes creen que las personas musulmanas no se pueden integrar y hay quienes piensan que hay que trabajar para lograr su integración.

Para estos últimos, los “buenos musulmanes” deben trabajar con sus aliados “naturales”, esto es, con los movimientos feministas y de izquierdas, que desean su “integración”, “normalización” y “liberación del yugo de la religión/patriarcado”.

Las premisas para lograrlo pasan por que las personas musulmanas sean invisibles; no visibilicen su práctica religiosa; corten con sus raíces y con su comunidad; no hablen árabe; denuncien a los potenciales terroristas dentro de su comunidad y acepten una cosmovisión ajena al islam.

Quienes no aceptan estas exigencias, pasan a ser, evidentemente, “malos musulmanes”. Y a la inversa, se premia a los musulmanes informantes, feministas, antifascistas, y asimilados, por ser útiles para los programas de normalización o, según la jerga decolonial, para los programas de blanqueamiento.

El papel que les asignan a las musulmanas en este programa es fundamental. En el imaginario colectivo, los hombres musulmanes son violentos y las mujeres musulmanas son sumisas a las que hay que liberar. El leitmotiv feminista mayoritario es: “Os vamos a ayudar a empoderaros para que podáis dejar vuestra religión machista”.

¿Por qué las estrategias asimilacionistas se centran especialmente en las mujeres? Porque para el feminismo institucional, hablar en nombre de todas supone obtener unos beneficios políticos. Desde esas estrategias racistas, se concibe a las mujeres musulmanas como seres más influenciables pero a la vez paradójicamente pueden influir en su comunidad ya que desempeñan el papel de educadoras y son, además,  necesarias como modelos “positivos”.

En ese contexto, el uso del hiyab se convierte en muchos casos en una forma de resistencia. Cómo es que si son sumisas e influenciables, no quieren desvelarse, a pesar de que disponen de un marco legal y de un discurso machacón que no solo lo posibilita sino que lo alienta. Lo que le molesta al feminismo institucional no es el hiyab en sí, sino el rechazo de las musulmanas hacia uno de los pilares básicos de los programas de normalización, esto es, el desvelamiento. Para ciertas feministas, es menos ofensivo pensar que es porque a las pobres ignorantes les han lavado el cerebro que aceptar que les digan a la cara “no me da la gana de que me utilices”.

Por otro lado, en las recientes manifestaciones públicas post 17A, se han hecho virales unas imágenes de mujeres musulmanas con hiyab, que se han enfrentado a los terroristas y a los fascistas. Sin embargo, es necesario estar alerta sobre la instrumentalización y apropiación de ciertas figuras que se han hecho mediáticas, ocultando de esta forma la islamofobia y el racismo que atraviesa todo el espectro político, incluida la izquierda, y no únicamente el fascismo y el terrorismo.

Tal y como escribí en un artículo anterior:  “entre las izquierdas y los feminismos más inclusivos, hay sectores que piensan que, en un contexto de mayoría musulmana, es hasta cierto punto lógico que se utilice un feminismo “religioso” como estrategia, debido al poco margen de maniobra del que disponen las mujeres y, en todo caso, piensan, como afirma el filósofo Santiago Alba Rico, que “han de superar el islam desde el interior del islam” o, más concretamente, que “liberar a la mujer desde el islam puede ayudar inesperadamente a liberarse también del islam”[1]. Sin embargo, no lo ven pertinente en un contexto “laico” como el europeo, ya que ya están “liberadas” del islam”. En ese empeño por emancipar y normalizar a la comunidad musulmana hay un objetivo claro: “lo deseable es que lleguen a ser como nosotros”, aunque ese proceso les lleve su tiempo.

La estrategia pseudofeminista según la cual el “islam español (o europeo, o catalán) pasará por las mujeres” o, dicho de otra manera, la asimilación se llevará a cabo a través de las mujeres, invisibiliza el hecho de que el feminismo “liberador” está alimentando la islamofobia. En este contexto de discriminación y de estigmatización de la comunidad musulmana, cualquier denuncia de las opresiones por parte de las mujeres musulmanas está instrumentalizada con fines racistas.

[1] Andújar, N. « Per un feminisme islàmic ». El Crític, 22 de agosto de 2017 https://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2017/08/07/per-un-feminisme-islamic/

¿El etnocentrismo es malo para las mujeres?

weallcandoitFuente: Pikara Magazine – Natalia Andújar

En un contexto convulso; en plena ebullición y transformación de los movimientos feministas, nos encontramos con interminables debates, fracturas internas y agendas encontradas, en el que el feminismo hegemónico lucha por mantener su hegemonía, utilizando parte del argumentario y de las estrategias patriarcales, desacreditando a los feminismos disidentes y presentándose como única voz autorizada.

Se trata de un feminismo dogmático, en un contexto de lucha de autoridad. Celia Amorós se erige en una de las voces autorizadas por la academia feminista para la que “el multiculturalismo radical que postulan “los feminismos de mujeres de color” estadounidenses y que tiene una influencia significativa en espacios intelectuales y políticos latinoamericanos (…) parte de una oposición entre feminismos blancos burgueses y feminismos de color. Y esta división del feminismo no deja de ofrecer problemas, porque sugiere la existencia de un feminismo que es legítimo y otro que no lo es”[1].

Es realmente cínico que sea la propia élite, esto es, aquella que mantiene un control férreo sobre la producción feminista, que tiene el monopolio de la prensa mainstream y de la academia, y que invisibiliza a los feminismos disidentes y decoloniales, la que acuse a estos últimos de establecer una distinción sobre lo que es legítimo y lo que no, dentro del feminismo.

Sorprende que gasten más energías en desacreditar a otras feministas, en decirles cómo deben vestirse, en recriminarles que no sigan su agenda interesada; en lugar de solidarizarse con sus luchas y con las discriminaciones múltiples que sufren.

El eslogan “¡solidaridad con las mujeres del tercer mundo!” no puede esconder una actitud paternalista, ni caritativa sino que se deben establecer unas relaciones solidarias y colaborativas horizontales, en las que haya reciprocidad, igualdad de trato, respeto y dignidad para todas.

Este feminismo hegemónico presenta falsos dilemas al enfrentar el feminismo y el multiculturalismo cultural; la lucha antisexista y la lucha antirracista. ¿Qué pasaría si las feministas no blancas exigieran a las blancas que renegaran de su cultura por ser machista? ¿Qué cultura deberían adoptar entonces las blancas? ¿Por qué las no blancas tendrían derecho a decirles a las blancas que imitaran su cultura? ¿Con qué autoridad podrían hacerlo? Entiéndase “blancas” y “no blancas”, no como un concepto racial sino un constructo social.

En 1999 Susan Moller Okin publicó el texto “¿El multiculturalismo es malo para las mujeres?”, en el que ponía sobre la mesa este supuesto dilema. Azizah al Hibri, filósofa y profesora musulmana le replicó con otro texto “¿El feminismo occidental patriarcal es bueno para las mujeres del tercer mundo?”[2]

La primera fuente de controversia reside en que Okin se basa en una visión del otro sobre la base de estereotipos y generalizaciones. Como afirma Al Hibri “su comprensión de otras culturas/religiones se deriva de fuentes secundarias de fuera de esas culturas/religiones. La segunda fuente de controversia reside en que la posición de Okin convierte en antagonistas a la justicia de género y a la justicia etnocultural”.[3]

Por otro lado, no se trata solamente de un tipo de feminismo instrumentalizado por parte de todo el espectro político, y en especial, de los movimientos de extrema derecha (parecería que esta instrumentalización es totalmente ajena a su voluntad y por lo tanto, sería víctima inocente de la voluntad del patriarcado imperante en la esfera política), sino que además el feminismo hegemónico trabaja de manera consciente y activa para uniformar las prioridades de la lucha feminista, pero únicamente a su imagen y semejanza.

Las luchas contra el racismo, la xenofobia, la islamofobia, la lgtofobia, el derecho de asilo y la lucha contra la pobreza, son luchas feministas porque las mujeres están atravesadas por todas esas discriminaciones e injusticias. Hay mujeres que son a la vez pobres, extranjeras, lesbianas, negras, refugiadas y musulmanas. No podemos atender únicamente a la discriminación por razón de género, sin tener en cuenta, a la vez, las discriminaciones por razón de clase, origen, sexo, raza y religión. Estas no deben ser tratadas como “simples daños colaterales”, dentro de un proyecto feminista superior. Es necesario tener en cuenta la interseccionalidad de las opresiones, ver cuáles son las conexiones que se llevan a cabo, por parte de quién, quién se beneficia de ello y cómo se dan en diferentes contextos, tanto históricos, geográficos como experienciales.

Sorprende también que defiendan una postura esencialista y no laica de las religiones en general, y del islam y las personas musulmanas, en particular. A menudo leemos afirmaciones de ciertas feministas: “el islam no es compatible con el feminismo”, “el islam no es compatible con la democracia y los derechos humanos”.

Estos planteamientos llevan una carga negativa implícita porque se presenta de entrada como una contradicción en la que el elemento negativo, el elemento que debe adaptarse es el islam; y el elemento positivo, el elemento a imitar, es el feminismo, la democracia y los derechos humanos.

Los dos conceptos se plantean desde una mirada esencialista, como si solo pudiéramos entender el islam y el feminismo o el islam y los derechos humanos, de una única manera, lo que nos llevaría efectivamente a una paradoja total.

Por lo tanto, es necesario cambiar la manera en la que formulamos las preguntas. Deberíamos preguntarnos por qué no hay democracia en muchos países de mayoría (¡y de minoría!) musulmana o por qué no se respetan los derechos humanos o aún, por qué se perpetúan las discriminaciones hacia las mujeres. Desde ahí podemos responder de manera empírica, en lugar de presentar una caricatura del islam y de validar las posturas reaccionarias y patriarcales que existen dentro del islam.

[1] Amorós, C.; Cobo, R.; Miyares, A.; Sánchez, A.; Posada, L. Interculturalidad, feminismo y educación. Madrid, Catarata, 2006. p. 27

[2] Cohen, J.; Howard, M. y Nussbaum, M. (eds.), Is multiculturalism bad for women?, Princetown University Press, 1999, págs. 41-47.

[3] Pérez, O. “Indígenas y derechos colectivos. ¿Es el multiculturalismo malo para las mujeres?” in Derechos y libertades: Revista del Instituto Bartolomé de las Casas,  Año nº 9, Nº 13, 2004, págs. 399-430

«Siempre hay que preguntarse a quién benefician estas polémicas»

burka banEn el marco de un trabajo para el Máster de Comunicación de Conflictos Armados, Movimientos Sociales y Paz de la UAB, una estudiante entrevista a Natalia Andújar para conocer su opinión sobre el debate que prohíbe el uso del burka y el niqab en Europa.

Antes de empezar, me gustaría tener una radiografía de tu perfil personal. Dinos

Un sueño aún por realizar: Escribir un libro
Una mentira: La existencia del «otro»
Una gran verdad: Las apariencias engañan
Un destino: Igualdad
Una pasión: El deporte
Un libro: El Quijote
Una frase: La única Ley sagrada es la ley del cambio.
Una pregunta: ¿A quién beneficia el feminismo exclusivo?
Un arrebato: El enamoramiento
Lo que hizo que el mundo fuera mejor en los últimos 10 años: El final del viejo paradigma

Gracias. En primer lugar, me gustaría saber cuál es tu profesión

Soy profesora y dirijo el Centro de Formación Educaislam.

Sé que te convirtiste a la religión musulmana y me gustaría saber cuáles son las razones detrás de esta elección espiritual

Mi búsqueda fue espiritual e intelectual. Yo venía del agnosticismo, por lo que no he cambiado de religión. Mi búsqueda ante las preguntas trascendentes que nos solemos hacer me llevaron al islam, pero me podrían haber llevado a otra tradición espiritual.

¿Qué te hizo interesarte por el islam, la cultura musulmana, el feminismo y activismo?

Mi contacto con un país de mayoría musulmana y una conciencia de que nuestra existencia tiene un sentido más allá de nuestra materialidad corporal.

El feminismo y activismo es algo que llevo conmigo desde siempre: en el cole organizaba huelgas, en mi casa me rebelaba contra el machismo desde pequeña. He sido muy activa en el movimiento Scout de Catalunya y he estado implicada en distintos proyectos de cooperación internacional.

¿Utilizas algún tipo de vestimenta de naturaleza islámica, velo, el hiyab u otro? ¿Has considerado esta hipótesis? ¿Por qué?

No, porque no llevo nada en la cabeza, ni gorra, ni gorrito, ni sombrero. No hay prendas “islámicas”, hay prendas con usos diversos.

¿Cómo es ser activista, musulmana, vivir en un país occidental y luchar contra el poder del patriarcado en la sociedad actual? ¿A qué obstáculos te enfrentas?

A dos obstáculos: a la mirada esencialista de cierto sector del feminismo que nos expulsa de la familia feminista al considerar que “las subalternas” no podemos hablar (así se nos considera) y dentro de la comunidad musulmana, hay sectores reaccionarios que nos ven como un gran peligro porque defendemos la recuperación de la propia tradición islámica y la centralidad del Corán, frente a la fractura que ha supuesto cierto islam político respecto a nuestra tradición y la marginación del mensaje divino primigenio, que no es otro que la defensa de la paz, la unicidad y la justicia.

¿Cuáles son los principales estereotipos que la sociedad occidental (los no musulmanes) tienen respecto al islam?

Que se trata de una religión violenta, patriarcal, retrógrada. O sea, nada bueno. Es una visión totalmente manipulada. Se confunde la dimensión política con una tradición espiritual. Hay distintas fuerzas político-económicas que quieren que esa confusión perdure y la alimentan. El neoliberalismo y el fundamentalismo se retroalimentan, se necesitan y validan mutuamente esas visiones tremendistas.

¿Cuál es tu posición respecto a la prohibición del uso del burka y el niqab en los espacios públicos? ¿Qué piensas sobre este tema?

No estoy de acuerdo con las prohibiciones que vulneran los derechos de los ciudadanos. Legislar sobre un problema inexistente tiene consecuencias muy negativas: se estigmatiza a un colectivo, se fomenta la islamofobia al asociar erróneamente esa prenda con el islam y sirve para desviar la atención sobre los verdaderos problemas.

¿Cómo crees que se trata esta cuestión en los medios de comunicación?

De forma estereotipada y tendenciosa. Hay una inflación de noticias sensacionalistas que están manipuladas y responden a unos intereses muy concretos.

¿Crees que la aplicación de la ley que prohíbe el uso del niqab y el burka dificulta la vida de las musulmanas, incluso en los espacios privados?

Dificultaría la vida de las musulmanas si hubiera mujeres que lo llevaran. Pero el número de personas es tan reducido que me parece innecesario legislar sobre esta cuestión. Para esos pocos casos, evidentemente se les va a enviar a sus casas y eso es muy poco feminista. No fomenta especialmente el empoderamiento.

¿Crees que en este escenario, la mujer musulmana se enfrenta a obstáculos sustanciales en los espacios públicos? ¿Cuáles? ¿Y en los espacios privados?

Habría que preguntárselo a una mujer que llevase niqab. Veo que se usa indistintamente niqab y burka. En España los contados casos de mujeres que llevan el rostro cubierto son portadoras del niqab pero no del burka. De hecho yo no he visto nunca a nadie vestida así por la calle, Supongo que las reacciones pueden ser aparentemente contradictorias: violentas y también paternalistas.

¿Puede haber consecuencias negativas para una chica que lleva, por ejemplo, un pañuelo en la cabeza y luego se deja de usar (ya sea en todos los casos) dentro de la comunidad musulmana?

Dependerá del ambiente en el que se relacione, cómo se relacionaba antes con la gente y cómo se relaciona con su nueva imagen. Y viceversa, cómo se relacionaba la gente con ella, antes y después.

¿Crees que esta ley genera simpatías hacia el uso de prendas que cubren el rostro, esto es, se refuerza la defensa de su uso ya que «si me prohibes algo entonces voy a hacerlo»?

No creo que se generalice su uso, puesto que el ocultamiento del rostro no es ninguna obligación religiosa, pero es cierto que la prohibición acaba reforzando las tesis de ciertas corrientes dentro del islam que creen que es una vestimenta que tiene algo que ver con la religión.

¿Consideras que el tema «sí o no a la prohibición del uso de burka y niqab» es un falso debate, es decir, que de hecho se libera el bienestar de la mujer como fin último pero esto es sólo un discurso político? ¿Por qué?

¿El bienestar para quién? Cuando el Tribunal Europeo desestimó una denuncia de una ciudadana francesa, en relación a la ley que le prohibía llevar el rostro cubierto en el espacio público, alegó que la razón principal era porque la prohibición servía para reforzar la seguridad ciudadana. Nada que ver con el bienestar de las mujeres.

¿Consideras que la sociedad actual recibe con los brazos abiertos la diversidad cultural o no del todo?

No, la sociedad española todavía está viviendo una transición “cultural”: después de más de 500 años de monolitismo cultural, no es fácil que se respete la diversidad.

¿Por qué la gente rechaza la existencia de movimientos feministas islámicos? ¿Qué crees que está fallando?

Cualquier movimiento, como su nombre indica, es dinámico, se mueve y pone en entredicho el estatus quo. Hay muchos intereses, tanto dentro como fuera de la comunidad musulmana para que nada cambie, para que quienes tienen el poder lo mantengan. Yo lo percibo al revés, cuanta más oposición haya por parte de los distintos poderes que se retroalimentan, eso significa que el feminismo islámico molesta, que sirve para algo. Sería un fracaso que esos mismos poderes lo hicieran suyo y lo instrumentalizaran. Sería la forma más eficaz de neutralizarlo.

Afirmas que la prohibición no es la solución. ¿Por qué?

Porque una prohibición no es pedagógica, es represora. Lo que es legal no es necesariamente justo.

Y si no es la solución, ¿qué otras medidas/soluciones sugieres a este problema?

Podría llegar a ser un problema si no hay educación, sensibilización y respeto por el derecho a la libertad de imagen.

¿Crees que hay un discurso contaminado, difundido por los medios de comunicación, sobre el tema de la prohibición?

Totalmente viciado. Siempre hay que preguntarse a quién benefician estas polémicas. En Europa, a las corrientes de ultraderechas, que acaban contaminando ideológicamente a otras corrientes políticas que asumen como propias las tesis discriminatorias.

Leí en algún lugar, que el feminismo occidental (algunos movimientos) prejuzgan a las musulmanas al pensar que son felices asumiendo la falta de derechos dentro de las sociedades patriarcales. ¿Qué le dirías?

Las musulmanas no necesitan de una mirada paternalista, liberadora según unos cánones impuestos desde fuera ni de una relación desigual, en la que cierto sector del feminismo laico se posiciona por encima del bien y del mal, en una especie de superioridad moral.

Necesitamos tejer relaciones horizontales, en un mismo plano de igualdad. No existe ningún dilema entre la lucha antisexista y la lucha antiracista. Es un falso dilema alimentado por el patriarcado para desactivar nuestras luchas. Me preocupa mucho que cierto feminismo beligerante haga suyos los discursos de la ultraderecha respecto a las mujeres y el islam. Huyo de las miradas esencialistas.

¿Es correcto decir que hay un feminismo occidental y un feminismo islámico? En caso afirmativo, ¿cuáles son las principales diferencias?

No estoy de acuerdo con esa distinción, ya que por un lado, se identifica un “espacio” y un “pensamiento” únicos, como si solo hubiera un feminismo occidental, y un adjetivo que nos remite al “islam”, a una religión. Yo creo que existen feminismos mestizos, el islámico es uno de ellos, en el que las fronteras no son geográficas sino más bien mentales y abogan por una visión decolonial, descentrada e inclusiva.

¿Por qué crees que es importante hacer visible el feminismo islámico?

Porque no podemos reivindicar que debemos ponernos las gafas violetas en todos los ámbitos menos en uno: el de la religión. No podemos establecer la siguiente ecuación: o eres no creyente y liberada, o eres creyente y sometida. Tenemos que estar alerta respecto a esos simplismos paternalistas. El feminismo islámico nos permite mantener la guardia en ese sentido.

¿Qué has aprendido, qué es lo que más valoras en tu carrera y en tu experiencia personal como activista?

Que las cosas pueden cambiar. Hace unos años cuando hablábamos de igualdad en el islam, había una gran oposición dentro de la comunidad musulmana en España. Hoy hemos avanzado y en el nuevo currículo del área de Enseñanza Religiosa Islámica de Educación Primaria que se acaba de publicar, ya hablamos de una educación en “igualdad de género” y “para la paz”. Lo que valoro ante todo es el trabajo bien hecho y no los discursos vacíos. Valoro por encima de todo la sinceridad y la entrega, más allá de las etiquetas. La sociedad civil debe unirse ante cualquier injusticia y resistir, declararse objetor de conciencia, desobedecer ante los atropellos legales que estamos sufriendo.

¿Hay alguna situación que recuerdas con cariño?

Sí, he conocido a grandes mujeres, algunas se consideran feministas y otras no, pero más allá de esa diferencia, he visto que las mujeres unidas tenemos una gran fuerza, ya sea para luchar por nuestros ideales, para meditar o trabajar por unas sociedades más justas.

¿Cómo surgió la idea de empezar Educaislam?

Después de llevar muchos años organizando cursos y conferencias, un grupo de profesionales decidimos crear un espacio en el que pudiéramos enseñar/aprender sobre el islam, de forma objetiva, rigurosa y plural. Es la mejor herramienta para combatir la islamofobia y la ignorancia.

¿Qué te hace luchar cada día por una educación más completa y la conciencia sobre el islam? O mejor dicho ¿qué es lo que te motiva?

De forma egoísta, lo que me aportan mis alumnos y alumnas es mucho más de lo que yo les doy. La educación es una herramienta potentísima para contrarrestar el discurso del odio, tan extendido hoy en día.

¿Por qué eligiste hacer algo tan completo como «educar a la gente sobre el islam»?

Soy profesora y activista, así que para mí ha sido natural que acabara haciendo lo que estoy haciendo.

¿Cuál es el resultado hasta el momento?

Es difícil responder, ya que estamos en un momento de muchos cambios. Diría que con trabajo y paciencia se llega muy lejos. Las redes se van tejiendo, vamos teniendo cada vez más aliados naturales, vamos dándole forma y contenido.

¿Tienes un nuevo proyecto en mente? ¿Cuál?

Muchos. La mayoría tienen que ver con ofrecer un servicio a la comunidad musulmana. Es necesario poner a su alcance todo lo que se ha ido tejiendo y construyendo a lo largo de estos años. Tenemos un gran potencial, entre la comunidad hay jóvenes muy preparados y mujeres muy fuertes. Con las herramientas adecuadas, podemos aportar mucho a nuestra sociedad.

Gracias.