Los musulmanes conversos blancos como puente hacia el asimilacionismo

Fuente: Blog Mektub | 17-01-2024

Antes de empezar, debo confesar lo siguiente: soy una musulmana blanca. Por lo tanto, desde mi posición, hablar de los musulmanes conversos blancos como facilitadores de las políticas integracionistas es un campo minado. Somos la metáfora personificada de cómo las lecturas interseccionales son inoperantes al ocultar nuestra responsabilidad y complicidad con la supremacía blanca. El simple hecho de haber abrazado el islam no nos hace romper el pacto racial que nos une a la blanquitud. Su influencia no se detiene a las puertas de una mezquita, ni frente a un “exterior” imaginario respecto a la comunidad musulmana, sino que se siguen reproduciendo los mecanismos de jerarquización racial.

Llevo años reflexionando sobre nuestra condición de musulmanes blancos dentro de una comunidad no blanca, en una sociedad blanca. Hoy en día, lo único audible en el espacio público son conceptos sumamente problemáticos como “transraciales”, “traidores”, “quintacolumnistas”, “víctimas del racismo a la inversa” o “musulmanes auténticos”, que, en todo caso, no hacen más que reforzar las lógicas raciales.

La sociología al servicio de las políticas integracionistas

La literatura sociológica estudia la racialización de los musulmanes, a nivel macro, a través de las instituciones, la legislación y las políticas, las estructuras sociales y los discursos nacionales y, a nivel micro, investiga los motivos por los que los musulmanes blancos nos hemos convertido al islam, para hurgar sobre nuestro grado de sinceridad, con un evidente poso orientalista. Más recientemente, se ha interesado por las transformaciones que vivimos en nuestra posición racial (Anna Piela, Leon Moosavi, Juliette Galonnier). Los estudios se centran principalmente en Estados Unidos, Francia, Australia, Inglaterra y Polonia y, en España, cabe destacar las publicaciones de Itzea Goikolea sobre mujeres conversas (2014 y 2020), aunque esta última indaga únicamente sobre los motivos de la conversión.

En general, abordan el proceso de conversión desde un enfoque identitario. Se preguntan sobre lo que es “ser blanco”, sobre si las fronteras de la blanquitud son porosas o no. Para ello, llevan a cabo entrevistas cualitativas para saber cómo vivimos nuestra nueva “identidad” y si es pertinente afirmar que, dentro de las comunidades musulmanas, puede haber racismo contra nosotros. El problema de este tipo de planteamientos es que no profundizan en las causas estructurales que posibilitan la expresión de ciertas muestras de rechazo y desconfianza a nivel interpersonal, que no son más que el reflejo de las lógicas raciales de la blanquitud. En ninguno de ellos se aborda la no inclusividad de las comunidades compuestas exclusivamente por musulmanes conversos blancos ni, por lo tanto, qué nos revela este tipo de composición sobre la continuidad de esas mismas lógicas.

El impacto de estos estudios va más allá de unos simples debates teóricos entre académicos, ya que acaban monopolizando el pensamiento, lo que les otorga plenos poderes al servicio de las políticas públicas integracionistas, de la gestión y normalización del islam y el consiguiente control de los musulmanes, del que los propios musulmanes conversos blancos somos fervientes defensores.

Los musulmanes conversos blancos, facilitadores de la integración

La mayoría de los musulmanes conversos blancos eludimos posicionarnos en los debates políticos sobre el racismo y la supremacía blanca, más allá de denunciar que, efectivamente, a nivel individual, sufrimos discriminación, insultos y ostracismo, sobre todo en el entorno familiar y laboral, así como el coste emocional y material que eso conlleva. Pero, al igual que la mayoría de la sociedad, sufrimos también de un daltonismo en lo que se refiere a nuestra blanquitud y a la posición que ocupamos en la jerarquía racial.

Por su parte, los musulmanes conversos blancos que se presentan como interlocutores ante el Estado y que tienen un acceso privilegiado a los medios de comunicación hegemónicos, no solo no eluden posicionarse públicamente sobre los debates políticos que nos atraviesan, sino que defienden abiertamente una posición de “puente”, como emisarios de la integración, facilitadores de la asimilación. Abogan por un “islam español” y llaman a “una gestión del islam propia en España, como garante de su independencia de terceros países”. Este llamamiento, con el que, en principio, podríamos estar de acuerdo la mayoría de los musulmanes de España, en realidad, sirve de cortina de humo para ocultar el clientelismo político de la mayoría de las comunidades musulmanas federadas, blancas y no blancas, que están bajo el control del Ministerio de Justicia. No denuncian la injerencia del Estado español en el ámbito religioso, ya que se da por sentada al aceptar el marco del acuerdo de cooperación de 1992.

En una investigación sobre mujeres conversas polacas, Anna Piela recoge lo siguiente: “Algunas dijeron que son mejores musulmanas y más auténticas que sus correligionarios del norte de África o del sur de Asia”. Esto mismo lo vemos en España, a través de los discursos de los musulmanes conversos blancos, que se presentan como interlocutores modélicos con el Estado y los medios de comunicación, al defender un islam “puro”, sin influencias culturales, independientes de injerencias extranjeras. También, en ciertas influencers, musulmanas conversas blancas, que aleccionan a los musulmanes “de nacimiento” y se autodesignan como guías para los nuevos musulmanes, al afirmar que “una cosa es el islam y otra la cultura”. Se centran, exclusivamente, en criticar las prácticas, culturas y creencias de los musulmanes no blancos, como si su propia comprensión y práctica del islam no estuvieran tamizadas por la cultura española, para que los nuevos musulmanes “no se extravíen”.

Hace unos meses, el presidente converso de la mezquita Ishbilia de Sevilla concedió una entrevista a OK Diario en la que afirmaba que “muchas veces son los propios musulmanes quienes «dan los argumentos» a Vox para criticarles. Muchas veces uno tiene que mirarse al espejo. Y el espejo puede ser un partido o puede ser otra cosa. En este caso, el espejo puede ser Vox para darnos cuenta de nuestros errores”. ¿Qué hace OK Diario entrevistando al presidente blanco de una mezquita si no es para lavar la imagen de la extrema derecha y hacer apología de su supremacismo blanco? Huelga decir que este tipo de perfiles son muy demandados por los medios de comunicación, incluso, los que son afines a la izquierda institucional.

El hecho de que todos ellos sean musulmanes conversos blancos y lleven a cabo estas afirmaciones de autoridad y autenticidad supone una estigmatización de los musulmanes no blancos, lo que en el contexto actual en el que se da un aumento del racismo, no hace más que alimentarlo.

Así, los conceptos que reivindicamos los musulmanes conversos blancos como “islam español”, “islam auténtico”, “nuestra civilización andalusí” suelen enmascarar formas sutiles de blanquitud que, como hemos visto, se utilizan como coartada para mantener una posición privilegiada en las instituciones, las redes sociales y los medios de comunicación más clásicos, ya que se da una convergencia de intereses. Por lo tanto, es imprescindible, primero, ser conscientes de que estamos atados a un pacto racial, independientemente de que lo queramos o no y al margen de que seamos musulmanes. Esto es condición sine qua non para poder politizar, después, nuestra traición a la blanquitud. Solo así podremos combatir políticamente el racismo, romper con el clientelismo y con toda injerencia, tanto extranjera como nacional. No seamos puentes que nos llevan a la asimilación, a la aceptación sumisa y cómplice de un sistema racista, colonial, imperialista y capitalista. Elevemos torres que nos permitan resistir y, a la vez, vislumbrar un horizonte de liberación.  

«Ser proderechos no obliga a nadie a llevar hiyab»

El colectivo feminista «Las Hijabeuses» en la marcha contra la violencia de género en París (19/11/2022). Imagen: Alliance Citoyenne

En Francia, la primera polémica sobre el hiyab surgió en 1989 con los “velos de Creil” cuando un colegio de Creil expulsó a tres alumnas. Ese caso dio pie a debates interminables en los medios de comunicación sobre el concepto de laicidad, la compatibilidad del islam con la República, la pertenencia religiosa y cultural, que desembocaron en unas medidas cada vez más intolerantes. Se pasó del “caso a caso” a la distinción entre “los signos discretos” y “los signos ostensibles”.

En 2003, la comisión Stasi, creada por Jacques Chirac, llevó a cabo un estudio en el que no tuvo en cuenta a las mujeres musulmanas. Los “especialistas” y políticos decidían sobre sus cuerpos sin ellas. Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

Finalmente, en 2004 se aprobó la ley que prohibió “el uso de signos religiosos ostensibles en las escuelas, colegios e institutos públicos”. Además, al incluir en la ley el criterio de la intención de los alumnos, vemos claramente el riesgo de una extensión interminable de la lista de posibles signos de filiación religiosa, como pasa actualmente con las polémicas sobre el uso de faldas o vestidos anchos.

Las instancias religiosas musulmanas (compuestas por hombres y creadas por la propia administración) apoyaron las medidas discriminatorias de la comisión, a cambio de mantener sus privilegios de interlocución.

En 2011, se aprobó la ley contra el “velo integral” que provocó otra oleada de debates sobre una cuestión residual en Francia, que ya contaba con un marco legal para los casos puntuales de identificación en los espacios públicos sin necesidad de aprobar una ley que estigmatizara a los musulmanes.  

Estas leyes prohibicionistas han tenido un impacto muy negativo para las mujeres musulmanas (no solo las alumnas) y, por extensión, para todo el colectivo musulmán: islamofobia en el ámbito laboral, rechazo de que las madres acompañen al alumnado en las actividades escolares, prohibición de que las mujeres se bañen con trajes de neopreno en las piscinas municipales, expulsión y acoso en las universidades, presión para retirar el hiyab en los ayuntamientos, etc. La administración hace la vista gorda sobre los abusos, lo que provoca que se acaben normalizando. La situación ha ido empeorando hasta la culminación de la ley más islamófoba de Europa, la ley contra “el separatismo religioso”, en la que la relación causa-efecto aparece invertida. Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

¿Qué dijeron sobre todo esto las feministas? El feminismo iustrado, universalista apoyó la ley y adoptó una lectura esencialista del hiyab: “en toda circunstancia, en todo lugar y todo momento, el hiyab oprime porque es un símbolo del patriarcado”. El feminismo inclusivo guardó un silencio incómodo, en general, menos la histórica Christine Delphy, feminista atea y materialista. Su peso como referente histórico (fue cofundadora de la revista “Nouvelles Questions Féministes” junto a Simone de Beauvoir) no fue suficiente. El apoyo a la ley por parte del feminismo prohibicionista tuvo que ver, por una parte, con su propio vacío programático, que suplió con las polémicas del hiyab como excusa para renovar una lucha trasnochada y para seguir manteniendo el monopolio discursivo; y, por otro, con su mirada paternalista-racista de las mujeres musulmanas. Todo ello, lejos de mejorar las condiciones de vida de las mujeres musulmanas, las ha empeorado. Lo que no pueden aceptar las prohibicionistas es que aún teniendo todo el aparato legislativo de su parte, las instituciones, la financiación, la enseñanza, los medios de comunicación, no consiguen doblegar la voluntad de las mujeres musulmanas de seguir llevando hiyab como acto de resistencia.  

Los musulmanes están “separados” porque se los discrimina institucionalmente y esta ley refuerza la separación.

Lo que está pasando actualmente en el Estado español, en torno al debate sobre el hiyab, tiene un aire de familia precomisión Stasi. Debemos tener en cuenta todas las cuestiones anteriores, no hacer lecturas esencialistas ni comprar los discursos neoliberales de “me lo pongo y me lo quito porque lo decido yo” y estar alerta sobre los peligros del femonacionalismo. En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber. No hay libertad sin justicia.

En un contexto de discriminación y criminalización, la resistencia contra las leyes racistas es un deber.

Debemos huir de los debates teológicos y moralizantes y centrarnos en la exigencia de derechos. El hecho de defenderlos no significa que se obligue a nadie a llevar hiyab, sino que se trata de tener el control sobre nuestros cuerpos, en un entorno institucional y socialmente hostil. Y eso lo sabe (o debería saberlo) el feminismo inclusivo.  

Del feminismo islámico a los discursos progresistas: transformaciones y límites en el contexto europeo

Hace cuatro años, escribí un artículo, “Por unos feminismos islámicos no hegemónicos”, en el que identificaba algunos de los principales aspectos problemáticos de este incipiente movimiento que, en Europa, empezó a emerger a principios de los años 2000, y culminó con la organización de diferentes congresos internacionales, pero que definitivamente no terminó de cuajar, en un contexto de auge de la extrema derecha y de racismo institucional, al no dar respuesta a las prioridades de las mujeres musulmanas.

Con el paso del tiempo, las posiciones de los musulmanes autodenominados “progresistas”, que abogan por un islam “español”, “democrático”, a favor de la “ciudadanía” y la “igualdad de género”, que podríamos incluir dentro del paraguas del “feminismo islámico”, son utilizadas para alimentar las tesis racistas, al presentarse como lo opuesto a una visión del islam como “retrógrado”, “foráneo”, “antidemocrático” y “patriarcal”. Es decir, alimentan un binarismo simplista que redunda en los principales estereotipos que se vehiculan contra las personas musulmanas. En un contexto europeo de control y vigilancia de los musulmanes, estos sectores “progresistas” aparecen como la coartada perfecta para llevar a cabo medidas racistas y represivas contra los colectivos musulmanes. Quieren influir en el culto musulmán, en nombre de su “protección” y “emancipación”, y demandan espacios privilegiados de interlocución. Por otro lado, estas prioridades convergen con las políticas de domesticación que ejerce el Estado sobre la población musulmana y neutralizan cualquier visión crítica e independiente, tanto sobre la gestión del islam como sobre la vulneración de los derechos civiles. Las voces “progresistas” son acomodaticias, no critican el sistema, no se enfrentan a los dispositivos racistas. De ahí que estén legitimadas por los medios de comunicación y los medios políticos dominantes.

Por otro lado, los musulmanes autodenominados “progresistas” no utilizan el apelativo “feminismo islámico”, ni en singular, ni en plural, ya que, actualmente, es un movimiento inexistente en el contexto europeo, a pesar de que algunas voces “autorizadas” islamófobas sí lo utilicen en los medios de comunicación para validar la fabricación de un enemigo interior. Los principales motivos de su desaparición en Europa o, para algunos, su transformación, son el hecho de que, en sus inicios, fue teorizado y liderado por hombres; por su incapacidad para mejorar la situación real de las mujeres musulmanas, al establecer debates excesivamente teóricos. También se debe a la invisibilización de la islamofobia como discriminación estructural y al hecho de no tener en cuenta la complejidad de factores que intervienen en las discriminaciones contra las mujeres musulmanas, más allá de una visión atomizada y simplista de una “mala” lectura de los textos religiosos.

¿Eso significa que los musulmanes no debemos llevar a cabo debates internos, que no nos atraviesan las discriminaciones de género y que toda práctica comunitaria debe ser aceptada sin ser autocríticos? Es evidente que no debemos dejar de serlo. Sin embargo, somos los musulmanes quienes debemos marcar las prioridades, las estrategias, los enfoques y la agenda sobre lo que nos concierne y no deben imponerse desde arriba. Debemos aspirar a ser un colectivo políticamente maduro, que luche por nuestros derechos fundamentales. Debemos respetar la diversidad interna y, a la vez, denunciar las estrategias de fragmentación (que enfrentan a los “buenos” y “malos” musulmanes), ya que obstaculizan nuestra organización colectiva. Solo con una conciencia fuerte de grupo, organizados políticamente, podremos tejer alianzas con otros colectivos discriminados para que nuestras exigencias de justicia y no discriminación se traduzcan en una mejora real de nuestras condiciones de vida.

Voces musulmanas «autorizadas»: Vox y el uso político de la religión

I Encuentro Frontera Sur, Las Palmas de Gran Canaria, 5 y 6 de noviembre.

Poco a poco, los medios de comunicación y los partidos políticos van abriendo los espacios a voces “nativas”, “autorizadas”, “auténticas”. La organización y las reivindicaciones políticas de los colectivos a los que (supuestamente) representan tienen que ver con el acceso a esos espacios. Es necesario abrirlos. Es saludable acceder a visiones y posiciones diferentes, incluso opuestas, ya que enriquecen los debates. Sin embargo, no es menos cierto que algunas de las voces musulmanas más mediáticas poseen algo que a los medios de comunicación y a los partidos políticos les interesa: confirman sesgos y refuerzan sus intereses. Por lo tanto, es importante que nos preguntemos por qué partidos como Vox, por ejemplo, en el I Encuentro Frontera Sur celebrado el pasado mes de noviembre en Las Palmas de Gran Canaria “para abordar la amenaza de la inmigración ilegal”, ha echado mano de voces musulmanas “autorizadas”. Debemos preguntarnos sobre el lugar que ocupan estos discursos en el campo social y político. Es un error monumental pensar que la participación de musulmanes en eventos organizados por la extrema derecha tenga nada que ver con la libertad de expresión y la defensa de la pluralidad de visiones dentro del colectivo musulmán. Hay que denunciar enérgicamente el uso de esas voces críticas cuando sirven para defender posiciones islamófobas, más aún, teniendo en cuenta el contexto actual europeo de radicalización islamófoba.  

Xavier Romero-Vidal y Jakob Schwoere acaban de publicar un estudio sobre “Las dimensiones religiosas de la izquierda española: partidos y electorado”, en el que nos dan unas claves para entender lo que está en juego. La aparición de Vox en el tablero político puede provocar “un contagio de la retórica anti-islámica entre los partidos mayoritarios, como en otros países de Europa occidental”. Esta cita no trata de exonerar al resto de partidos, puesto que la islamofobia es estructural, sino que lo que muestran los datos del estudio es que la extrema derecha utiliza referencias religiosas como estrategia central de campaña y se presenta como defensora del cristianismo y de la civilización europea, frente a una supuesta amenaza musulmana externa e interna, materializada en forma de “avalanchas migratorias” y de “no-go zones” o guetos. El auge de la extrema derecha y la instrumentalización de la religión como componente ideológico tiene consecuencias para el conjunto de partidos, ya que acaba poniendo sobre la mesa unas temáticas y enfoques que pueden pasar de ser totalmente secundarios, a unas prioridades impuestas. El deslizamiento hacia su marco ideológico se hace cada vez más patente en cuestiones relacionadas con la seguridad nacional y el consiguiente control de las personas musulmanas, el tratamiento de la inmigración y el endurecimiento de la ley de Extranjería. En definitiva, se trata de la defensa de narrativas de exclusión y criminalización de las personas migrantes y/o musulmanas y de medidas represivas.

Por lo tanto, cuando algunas voces musulmanas “autorizadas” o percibidas como tal aceptan participar en debates con la extrema derecha, lo que están haciendo es darles argumentos a su discurso islamófobo, que los transforma en un refrendo de su denuncia de una invasión de hordas de musulmanes fanáticos de las que hay que defenderse. Todo ello se traduce en unas consecuencias nefastas para las personas migrantes y/o musulmanas.

Es lo que ha ocurrido con la conferencia sobre “El islam político y su implantación en Europa” del encuentro organizado por Vox, antes mencionado, en el que las voces musulmanas “auténticas” corroboraron punto por punto todas las tesis de la extrema derecha: la existencia de un enemigo interior (la formación de guetos, los centros religiosos como centros de control ideológico, el activismo antirracista musulmán), de un enemigo exterior (migrantes y refugiados) y la teoría del reemplazo. Y aportaron unas soluciones milagrosas: mayor control del Estado, la no concesión de la nacionalidad, el endurecimiento de la ley de Extranjería. Qué bien se lo han servido a la extrema derecha, ¿no?

La periodista Zineb el Rhazaoui, conocida en Francia por sus posiciones radicales islamófobas, afirma que “el islam aplicado es el islamismo. Y el islamismo aplicado es el terrorismo”. Con algunos matices, esta es la idea principal que transmiten esas voces “auténticas”, muy contentas de que “por fin” se las escuche. Es importante aclarar que no se trata de personas que cometen errores empíricos o interpretativos sino que participan en el mantenimiento de un sistema racista, ya sea de manera consciente o no, por acción u omisión. Hay que denunciar estos deslizamientos discursivos e ideológicos y la instrumentalización de estas voces, que representan los intereses partidistas de la extrema derecha.

La gestión de la diversidad cultural y religiosa. Claves de cara al futuro

ikuspegiResumen de la ponencia presentada el 18 de noviembre de 2016 en las Jornadas  sobre inmigración en el El País Vasco, organizadas por Ikuspegi, Observatorio Vasco de Inmigración

La diversidad cultural y religiosa es una cuestión poliédrica que no puede ser abordada únicamente desde el punto de vista de la inmigración y los flujos, más o menos constantes, que ha habido a lo largo de la historia reciente del Estado español. En general, hemos identificado  los retos que nos plantea la acogida de nuevos ciudadanos, desde un punto de vista simplista y casi exclusivamente desde la preocupación por la seguridad ciudadana, obviando que estos nuevos (o no tan nuevos) ciudadanos deben sentirse seguros para formar parte de la sociedad, no solo desde un punto de vista económico, sino en un sentido amplio, mediante el respeto de la dignidad humana.

Los trillados debates en torno al relativismo cultural versus multiculturalismo, las identidades fijas versus identidades múltiples, o el falso dilema entre la lucha antisexista y la lucha antirracista, cada vez son más enconados y no resuelven las cuestiones de fondo: la imposición de unas políticas migratorias que atentan contra los derechos humanos, el hecho de que las personas inmigrantes no pueden votar pero tienen que pagar los impuestos, el prejuicio que identifica sistemáticamente a alguien que no profesa la religión católica con una persona inmigrante, etc.

Los distintos informes tanto a nivel europeo como nacional, indican que hay una crisis de valores en Europa cuya principal consecuencia es el aumento de los delitos de odio. En 2015, el primer delito de odio en el Estado español fue la islamofobia, que registraba el 40% de los casos. La Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia recogió 278 casos de islamofobia, distribuidos en los porcentajes siguientes: 5,3% fueron agresiones contra personas, 5,3% de vandalismo contra mezquitas, más el 4% de incidentes contra la construcción o apertura de mezquitas, el 19,4% fueron actos contra las mujeres por su indumentaria (hiyab: pañuelo que cubre el cabello), 21,8% de CiberOdio, 3,4% contra refugiados, 3,4% instrumentalización negativa del Islam y los musulmanes durante las campañas electorales.

Las principales conclusiones del informe son:

  • Islamofobia de género: Se consolida el incremento de la islamofobia de género, 59 incidentes que como mínimo han afectado a más de 199 mujeres.
  • Ciberodio: Se constata gran proliferación de mensajes islamófobos en Internet, particularmente en las redes sociales.
  • Discurso de odio: Continúa el aumento del odio islamófobo en el discurso institucional de partidos políticos y otras organizaciones.
  • Aparecen casos de islamofobia contra menores, incluidas las agresiones y el acoso escolar por causas religiosas contra alumnos musulmanes.
  • Otra nueva tendencia ha sido la islamofobia derivada de la crisis humanitaria y la posibilidad de la llegada de refugiados.

Por otro lado, es necesario llevar a cabo una evaluación del modelo de inclusión actual español, en el que hay que incluir una reflexión sobre el bloqueo del acuerdo de Cooperación de 1992, entre el Estado y las confesiones minoritarias. En lo que concierne a la comunidad musulmana, la no aplicación práctica de este acuerdo, ya sea por el desconocimiento de las distintas administraciones públicas, la falta de financiación, el “baile” de competencias o la constante falta de consenso entre los interlocutores con el Estado, ha puesto de manifiesto la falta de voluntad política.

El Acuerdo de Cooperación fue en un principio positivo, ya que suponía el reconocimiento de unos derechos frente a los privilegios de la Iglesia católica. Sin embargo, a largo plazo ha sido contraproducente ya que ha encerrado a la ciudadanía en un juego identitario que no solo no ha favorecido la inclusión sino que ha reforzado un sistema piramidal no democrático. Son las propias administraciones públicas las que han alimentado el discurso identitario-religioso al reconocer únicamente a aquellas entidades registradas en el registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia.

Las claves de cara al futuro pasan por:

  • Disponer de un marco legal que respete los derechos humanos y no criminalice a las personas inmigrantes. Entre otras medidas inmediatas, es necesario que se cierren los CIEs.
  • Romper el Acuerdo de Cooperación y trabajar desde un marco legal superior, como es el de la Constitución española, con un desarrollo específico de la Ley de Libertad Religiosa.
  • Abogar por un modelo inclusivo en el que el colectivo inmigrante no sea utilizado como arma política según los distintos intereses partidistas.
  • Entender que no hay ningún dilema entre la lucha contra el machismo y la lucha contra el racismo.